Cuando se pone el sol en algunas zonas de la Antártida, es habitual que el termómetro descienda hasta los -50º C y las rachas de viento alcancen los 180 km/h. Tal hostilidad de la naturaleza supone un especial reto para los pingüinos emperadores. En plena época de cría, abandonados temporalmente por sus hembras y con un huevo a su cuidado, pueden pasar hasta 120 días sin ingerir alimento. Conservar el calor y la energía se convierte así en una cuestión vital, que resuelven apiñándose durante horas en apretadas multitudes.

Mientras trabajaba en la estación científica Neumayer, el físico Daniel P. Zitterbart, de la Universidad Friedrich-Alexander de Erlangen-Nürnberg (Alemania), decidió investigar cómo se las apañaban estos animales para no dejar que los individuos situados en la periferia del grupo se helaran, mientras los del interior disfrutaban del cobijo de sus compañeros.

Para ello, fotografió cada 1,3 segundos una colonia de unos dos mil individuos, casi todos con un huevo, y después analizó las imágenes con un programa informático desarrollado especialmente para este fin. Su conclusión, publicada en PLOS online, es que los pingüinos van moviéndose lentamente con una perfecta coordinación que les permite variar de posición dentro de la colonia. En ésta, la temperatura varía de los 0º del perímetro a los 37º del interior.

Engeneral, ningún pingüino cambia su posición relativa respecto a sus vecinos inmediatos, ni se abre camino a la fuerza para entrar ni para salir del grupo. Pero, con una frecuencia de entre 30 y 60 segundos, todos se desplazan a la vez con pequeños pasos, lo que origina una ola que recorre toda la formación, que vuelve a compactarse en cuanto se queda quieta.

Los investigadores destacan que este tipo de abandono del movimiento individual en favor del desplazamiento del grupo se ha observado en las migraciones de langostas, cultivos de células y cardúmenes de peces. Sin embargo, aún desconocen si las olas las comienza un solo pingüino o varios, o si dependen de la jerarquía del grupo, como ocurre con las bandadas de palomas.

Pilar Gil Villar