Los grajos rozan tierra en la pradera cercana, el silencio se cierne sobre el día y el bosque parece sumido en un domingo interminable. En la pereza de su cama de hojas, la pequeña ardilla gris comienza a sentir el reclamo de su estómago. Tras unos momentos de indecisión, sucumbe al hambre y desciende por el tronco del árbol intentando rememorar dónde se halla el más cercano de sus almacenes de semillas.

Afortunadamente, no los recordará todos, y parte de su botín comenzará a germinar en primavera, para añadir frondosidad al bosque. A pesar de que el desapacible entorno y, sobre todo, la escasez de alimento han reducido su actividad al máximo, la ardillita siente una ráfaga de envidia hacia la familia de tordos de la rama vecina. Hace más de un mes que les vio poner alas en polvorosa y ya deben de anidar bajo un sol tropical en latitudes sureñas.

Las primeras bocanadas de invierno surten el efecto de una sirena en la naturaleza. Cada especie se pliega a los hábitos, más o menos drásticos, que siglos de evolución le han conferido como los más adecuados para superar tan dura etapa.

Las abejas baten las alas para calentarse y consumen unos 15 kg de miel por colmena

Como miles de aves migratorias, las mariposas monarca americanas emprenden la huida. Venados, zorros, nutrias y liebres de las nieves cuentan con un pelaje especial que les presta el abrigo necesario. Y otros, los que pueden, optan por cebarse para alimentar la caldera interior. El año pasado, el investigador francés David Grémillet comprobó que un grupo de cormoranes de Groenlandia se saltó la pauta migratoria habitual en favor de esta última opción. A pesar de la noche polar, incrementaron sus incursiones al agua gélida para devorar hasta 1,2 kilos de peces diarios.

A menor escala
Ni siquiera los más pequeños pueden permanecer impasibles. Un gran número de insectos reduce su actividad y busca cobijo en rincones escondidos. Las abejas melíferas se concentran en la colmena y, al son de un permanente batir de alas a modo de primitiva calefacción, se entregan a un festín en el que pueden llegar a consumir 15 kilos de miel. Sí, el fin principal de este alimento no es aderezar las tostadas, sino permitirles subsistir al crudo invierno.

Sin embargo, en otras especies, como los abejorros, los componentes del enjambre mueren al llegar el otoño y la reina es la única que sobrevive escondida en su madriguera. Deja de crecer, y sus constantes vitales se reducen a un mínimo hasta que llega la primavera.
En este estado, que se conoce como animación suspendida, entran también las mariquitas, quienes, aunque no se aprecie, se han dedicado a acumular grasa durante el otoño. Es frecuente encontrarlas en coloridos racimos bajo las hojas o en rincones de las casas. Una tendencia a la compañía que también comparten algunas especies de caracoles. Como medida de aislamiento y seguridad, sellan la entrada de su concha con una zona córnea y dura, denominada opérculo.

En el extremo opuesto, las llamadas pulgas de nieve, que habitan en latitudes árticas, se deslizan a piel descubierta entre los copos sin la menor protección. Aparentemente. Su defensa va por dentro en forma de unas proteínas anticongelantes diluidas en sus fluidos corporales. Gracias a ellas, estos no se transforman en cristales de hielo que destrozarían las membranas celulares y los matarían.
Además de otros insectos, este ventajoso truco lo comparten también peces habituales de mares cubiertos de hielo. La bióloga C. Cheng, de la Universidad de Illinois (EEUU), publicó el pasado mes de junio que la mayor parte de esas proteínas son segregadas por el páncreas, aunque algunas también proceden del estómago y el hígado.

Mientras hiberna, la ardilla de tierra quema la grasa con una enzima de su corazón

Pero probablemente la actitud que más comprensible y tentadora nos resulte a los humanos en los días de ventisca, lluvia y escasa luz sea la de echarse a dormir. Sin más. No obstante, aún no hemos conseguido comprender todos los mecanismos de la hibernación, una compleja táctica característica de los mamíferos, que sitúa a su organismo en un excepcional estado de mínimos.

La otra pantalla
De donde no hay, no se puede sacar. Esa es la idea que subyace a la hibernación, encaminada principalmente a minimizar el gasto energético. De hecho, ya se ha descubierto un animal que se entrega a ella durante tres meses, con una temperatura exterior de unos 30ºC. El diminuto lémur de cola gruesa, de Madagascar, acumula grasa en dicho apéndice para sobrevivir a la escasez de la estación seca.
Y esa es la primera condición. Ardillas, lirones, murciélagos y marmotas se ceban para acumular la llamada grasa parda, distinta de la habitual, en zonas estratégicas de su cuerpo. Las ardillas de tierra utilizan el corazón para quemarla. Este músculo comienza a generar una enzima que, en otras épocas, segrega el páncreas para facilitar la digestión.

Curiosamente, un tercio de esa grasa, que en los osos puede suponer entre 25 y 35 kilos, se consumirá en los periódicos despertares que sufren algunas de las especies hibernantes. Suelen producirse cuando la temperatura corporal, arrastrada por el termómetro exterior, amenaza alcanzar el punto de congelación. La alarma se dispara y, de forma repentina, los ritmos cardíaco y respiratorio, así como los procesos metabólicos reducidos al mínimo se recuperan. Puede que se vean invadidos por un temblor incontrolable, que se encargará de activar los músculos. La sangre vuelve a circular y el animal entra en calor.

Durante esa corta vigilia, algunos se deshacen de la orina y excrementos acumulados, otros buscan alimento y, en otros, el sistema inmunitario se apresura a combatir las posibles bacterias dispuestas a sacar partido a su letargo. Si es posible, se adentrarán aún más en la madriguera buscando el calor de las madre tierra. Hasta un nuevo despertar. 

Bien acurrucada

Cuando se avecina el frío, la ardilla gris construye un nido más abrigado que el de verano y pasa gran parte del tiempo en él. De vez en cuando, desciende al suelo para recuperar los frutos que ha ido enterrando a lo largo del otoño.

Me voy a helar

Dicho y hecho. En cuanto el termómetro ronda los 0ºC en la región subártica, los órganos de la Rana sylvatica comienzan a congelarse desde el interior hacia afuera. Poco a poco, deja de respirar, el corazón para de latir y los riñones detienen su función. Convertida en un cubito de hielo, esta criatura puede pasar así semanas escondida entre la hojarasca. Cuando empieza a subir la temperatura, el proceso de descongelación, que también comienza en los órganos internos, dura unas diez horas.

Muy despierta

Como sus colegas grises, las ardillas rojas tampoco hibernan. Si se quedan sin frutos, mordisquean la corteza de los arces y chupan su dulce savia.

El más rarito

Es el único primate que hiberna. Y, además, el lémur de cola gruesa de Madagascar no lo hace por frío, sino por la falta de alimento propia de la estación seca.

Mejor en compañía

Como muchos insectos, las mariquitas pasan los meses invernales en comunidad. Ocultas en un rincón tranquilo, interrumpen la actividad y el desarrollo, mientras su organismo consume las grasas acumuladas.

Se libran

La mosca de mayo adulta vive solo lo suficiente para tener descendencia. Ninguna llega a conocer el invierno. Sin embargo, sus larvas, depositadas bajo la superficie del agua, permanecen activas toda la estación.

Ventaja química

Estas pulgas de la nieve son otras habituales del Ártico. Una altísima concentración de proteínas anticongelantes hace descender el punto de congelación de sus fluidos. Y evita que se conviertan en sorbete.

Perezosa y pilla

Cuando se avecina la época templada, las marmotas interrumpen el sueño y salen de vez en cuando. Al parecer, los machos aprovechan para ir avistando hembras lozanas.

Envuelto en piel

Al igual que los osos polares, la liebre ártica es uno de los animales que se aíslan del gélido ambiente con un buen forro de grasa y piel. Un sistema sencillo y eficaz.

El proverbial

Así de fotogénico está el lirón gris en plena hibernación. No es extraño que, según las latitudes, se entregue a ella durante seis o siete meses al año. En ese tiempo, su respiración se reduce un 30% y queda limitada a solo 2 o 3 veces por minuto.

Sueño a la carta

Según la especie, los murciélagos hibernan en grupo o aislados, normalmente en cuevas o grutas determinadas. La destrucción de estos lugares es una de las mayores amenazas para estos animales, como en el caso de los Myotis sodalis de la imagen, en peligro de extinción.

Un corto recreo

El oso pardo interrumpe su letargo de vez en cuando. Sorprendentemente, a pesar de su gran inactividad, no pierde masa ósea ni muscular. Con las reservas otoñales como única fuente de energía, las osas paren a sus crías en la madriguera durante la hibernación.