′Con sus 35 centímetros de altura y apenas un kilo de peso máximo, los magros suricatos suponen una presa propicia para águilas y chacales. Especialmente porque para buscar los insectos o pequeños invertebrados de que se alimentan se ven obligados a mirar hacia abajo, mientras escarban bajo las rocas o matorrales del desierto. Por eso, han desarrollado una serie de estrategias defensivas, como mantener siempre un centinela que otea los alrededores cuando sus compañeros buscan provisiones. Este individuo va emitiendo llamadas tranquilizadoras si no ve peligro, y específicos gritos de alerta cuando se acerca un depredador. Aunque no siempre le creen.
Ramona Rauber, de la Universidad de Zúrich (Suiza), publica en Scientific Reports que, cuando el centinela es novato, sus compañeros elevan la cabeza de vez en cuando para asegurarse de que no hay peligro, incluso cuando el vigía está emitiendo mensajes tranquilizadores.
Esto quiere decir que, de algún modo, los miembros de un grupo son capaces de llevar la cuenta de la frecuencia con que cada individuo ha desempeñado las tareas de vigilancia y solo se fían de sus compañeros más veteranos, con independencia del sexo, el estatus o la edad de estos.