Las abejas están expuestas a muchas amenazas. Y una de las principales son los parásitos. Especialmente, una variedad de ácaro llamada Varroa destructor. Estudios publicados en la década de 1960, afirmaron que esta criatura se alimentaba de la hemolinfa, un fluido que podría considerarse como la sangre de las abejas.
Pero, una nueva investigación realizada por un equipo de la Universidad de Maryland, ha descubierto que esa creencia era errónea. Y que, en realidad, los parásitos se alimentan de una serie de tejidos que forman el llamado cuerpo graso.
En las abejas, el cuerpo graso cumple una función similar a la de nuestro hígado. Gracias a él, las abejas pueden procesar sustancias tóxicas que absorben, almacenar nutrientes, y fabricar la cera. Si dicho órgano deja de funcionar, sus posibilidades de sobrevivir son muy escasas.
Los autores del estudio comprobaron que la hemolinfa de las abejas no contiene la cantidad de nutrientes que los parásitos necesitan para sobrevivir. Y vieron, además, que sus excrementos eran demasiado secos para seguir una dieta líquida.
Esos indicios les hicieron sospechar que el cuerpo graso era el objetivo de los parásitos. Y, para comprobarlo, colocaron marcadores químicos microscópicos en los tejidos que forman dicho órgano de las abejas y que, posteriormente, fueron identificados en el aparato intestinal del Varroa destructor.
Fuente: EurekAlert.
Vicente Fernández López