Los salmones silvestres se enfrentan a una plaga de diminutos enemigos que amenazan su supervivencia: los piojos de mar. De cuerpo aplastado y hasta 4 cm de longitud, acechan la llegada de los alevines desde los ríos en que nacieron, para sujetarse a ellos con sus siete pares de garras y comenzar a devorar. Su menú del día se compone de la sangre, la piel y las mucosas de los peces, y lo disfrutan hasta que el salmón regresa al río para el desove. El agua dulce matará al piojo, si es que él no ha acabado antes con su anfitrión.

Aunque el problema era conocido, no se sabía qué papel jugaban los parásitos en la tasa de mortalidad de los salmones, que puede llegar incluso al 95% durante sus migraciones. Hasta que un estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B ha despejado la incógnita: hasta un 39% de las muertes de salmones silvestres pueden atribuirse a los aprovechados huéspedes en el noroeste del Atlántico. “Normalmente pensamos en la comida, el clima, los depredadores y la pesca como los principales condicionantes de la abundancia de peces, pero nos hemos dado cuenta de que los parásitos están acabando con una buena porción de las capturas”, afirmaba Martin Krkosek, investigador de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda) y primer autor del estudio, en el que también han participado científicos de Nueva Zelanda, Canadá, Irlanda, Noruega y Reino Unido.

Para llegar a esta conclusión, el equipo ha realizado 24 ensayos entre 1996 y 2008. En total etiquetaron a 280.000 alevines, la mitad de los cuales recibían un tratamiento químico que les protegía de los piojos durante uno o dos meses, y los soltaron en ríos de Irlanda y Noruega para que encontraran su camino al mar. Al cabo de un año, los detectaban como adultos y comprobaban cuántos de ellos habían sido infectados.

“Es la primera vez que podemos dar un valor fiable a la mortalidad del salmón en libertad debido a la infección por este parásito”, destacaba Christopher Todd, del Instituto Oceánico Escocés en St. Andrews. A partir de este dato, deberán estudiarse medidas para disminuir esa cifra. Una de las primeras reflexiones de los investigadores se refiere al incremento de los esfuerzos que ya realizan la piscifactorías por mantener a raya a los piojos, para que se minimice el riesgo de infección a los ejemplares en libertad.

Las empresas de cría en cautividad combaten las plagas con sustancias químicas y, más recientemente, recurriendo a peces limpiadores que se alimentan de los piojos, que también afectan a la trucha marina. Incluso hay estudios para la selección genética de ejemplares con una menor propensión a sucumbir a los ataques, y la empresa noruega SalmoBreed ya ofrece larvas con esas características.

La agresividad de los piojos, que también pican a los humanos, fue comprobada en un impresionante experimento dirigido por el investigador forense Simon Fraser, de la Universidad de Burnaby (Canadá), que comprobó cómo devoraban el cadáver de un cerdo sumergido en el mar de dentro a fuera. Al cabo de cuatro días sólo había huesos.

Pilar Gil Villar