«No es fácil ser macho. Sobre todo cuando se producen espermatozoides veinte veces más largos que uno mismo o se expulsan miles de millones de ellos en cada eyaculación”, dice Olivia Hudson en su libro Consultorio sexual para todas las especies (Editorial Crítica).

Y es que según apunta esta bióloga en su libro, la cantidad y la calidad del esperma en el mundo animal están directamente relacionadas con la llamada “competencia espermática”; es decir, los espermatozoides de machos distintos compiten entre sí para fecundar los óvulos o huevos, según el caso.

De hecho, en opinión del biólogo A. J Bateman esta es la razón por la que los machos son más promiscuos que las hembras. Ellos producen miles de espermatozoides y su única forma de reproducirse es “colocárselos” a la hembra, mientras que ellas producen unos pocos huevos de gran tamaño, pero son quienes tienen la sartén por el mango, pues eligen quién los fecunda.

Los reptiles tienen cópulas de hasta cinco horas

“Cuando analizamos la calidad seminal de animales que están destinados a la reproducción como los toros, cerdos o conejos, los resultados son muy buenos. Sin embargo, en otras que no están actualmente seleccionadas para reproducirse, como el caballo o nosotros mismos, la calidad seminal es mucho más pobre”, asegura Jaime Gosálvez, experto en Genética de Facultad de Biología la Universidad Autónoma de Madrid.

El éxito reproductivo en el ser humano no se rige por estándares biológicos en la actualidad: “El ser mejor cazador, el tener más vello… ya no son condiciones para tener más éxito reproductivo. Y definitivamente, la calidad seminal tiene un gran componente de la selección que ejerce la hembra sobre los machos, y si desaparece ese componente, el semen se empobrece”, termina Gosálvez.

Tonto el último

En algunos casos, en el mundo animal quien gana esta competición espermática es quien posee más participaciones; es decir, los machos que más espermatozoides eyaculen. Así, hay especies, como la ratona australiana franjeada, que a pesar de su nombre es un pequeño pájaro azul, cuyo semen contiene más de 8.000 millones de gametos masculinos en cada eyaculación. Muchos, si pensamos que un ser humano medio expulsa unos 180 millones con el mismo fin.

En el extremo contrario están los suertudos caballitos de mar, cuya hembra les regala los huevos para que sean ellos quienes los fecunden, por lo que la competencia es inexistente. Por tanto, estos animalitos tan peculiares gozan de un recuento espermático muy bajo.

La bolsa espermática de las sepias está en su boca, así que se besan para inseminarse

Pero no solo influye la cantidad, también la calidad. Un caso curioso es el del planigale, una especie de marsupial pequeño que vive en zonas desérticas de Australia. A lo largo de su vida (un año) solo produce 1.500 espermatozoides y, tras depositarlos en la hembra, entra en estado de degradación hasta que muere.

“Porque ya le han quitado su función biológica, que es la reproducción”, asegura Gosalvez, que ha analizado a fondo el esperma de este animal. “Además”, continúa, “trabajamos con su semen en el laboratorio, le hacemos de todo y sobrevive. Es como un ladrillo, está diseñado biológicamente de una manera muy eficaz”.

Por otra parte, el tamaño y la longitud de los espermatozoides también están influidos por la competencia. Eduardo Roldán, profesor de Ecologia Reproductiva del Museo de Ciencias Naturales del CSIC: “Hay diferencias tanto en la longitud como en la forma de la cabeza de los espermatozoides de mamíferos. Los más largos nadan más deprisa, así que llegarán antes al sitio de la fecundación y, por tanto, tendrán más posibilidades de interactuar con el óvulo y fecundarlo. El espermatozoide de mayor tamaño de los mamíferos es el del marsupial australiano (el falangero mielero) que mide 350 micras, mientras que el más corto es el de puercoespín sudafricano, con 28 micras. En cuanto a la forma de la cabeza, algunas especies, como las ratas y ratones, tienen un gancho en el extremo de la cabeza. En definitiva, hay diferencias en la fisiología reproductiva, que han evolucionado en respuesta a la competencia espermática”.

Me pegué porque era mía

Pero en la carrera por alcanzar la ansiada fecundación todo vale, y en este sentido, los animales han desarrollado todo tipo de estrategias.

Hay machos, como el del insecto palo, que copulan durante semanas encaramados a la hembra por la simple razón de que mientras esté con ella no se le acercará ningún otro macho. Otro celoso patológico es el escarabajo azul de la asclepia, que, tras sus 10 minutos de placer, cabalga a lomos de la hembra con el mismo fin.

Una especie de pájaro, el acentor, picotea los genitales femeninos hasta que ella, henchida de placer, expulsa el semen del anterior. Y el cangrejo araña fantasma (Inachus phalangium), fabrica una gelatina especial que sella el semen de otros machos para que no se mezcle con el suyo.

Los insectos hembra de los gorgojos prefieren ingerir la eyaculación de su pareja en vez de usarla para fertilizar sus huevos

En esta misma línea, el tejedor búfalo de pico rojo por ejemplo, cuyas hembras son especialmente promiscuas, tienen un seudofalo que no sirve para transportar esperma, pero sí a modo de consolador. De hecho, el macho que haga sentir más placer a la hembra será premiado con la selección de su esperma para la fecundación de los huevos.

Algunas especies incluso han generado instrumentos físicos para deshacerse del semen del ex.

Saca tú para ponerlo yo

Es el caso de las abejas macho, cuyos genitales han evolucionado con un ganchito cuya función es sacar los restos de “visitantes” anteriores. Y es que en esta especie, cuando el macho alcanza el clímax, expulsa sus genitales en el interior del cuerpo de la hembra, y después muere. Por dos razones: porque el único cometido de una abeja macho en una colmena es inseminar a la abeja reina (la fuerza del trabajo la llevan las hembras) y porque dejando ahí sus genitales hacen tapón para evitar la entrada de otro esperma.

En el caso del escarabajo de alas plumosas, un enorme gameto masculino hace las veces de cinturón de castidad, llenando el tracto de la hembra para no dejar que entre nada más.

El grillo australiano tiene unos testículos que son el 14% de su peso corporal

Y el pene de las mariposas monarca tiene unos sensores que detectan, a modo de varilla del aceite del coche, cuánto esperma previo hay en el interior de una hembra. Según una investigación reciente del College of Wooster, de Ohio, ellos suben o bajan la cantidad de espermatozoides fértiles que inoculan a una hembra según sea el nivel que alcanza su “depósito”.

Y es que hay una gran cantidad de especies en las que la hembra guarda el esperma y lo dosifica según le parece. Lo que pone las cosas más duras para reproducirse a animales como el murciélago australiano (Myotis volans).

El que parte y reparte…

Porque el Myotis tiene una forma de reproducción de lo más peculiar. En la época reproductiva, la hembra copula con uno o varios machos, guarda el semen es una especie de espermateca y se va a hibernar. Cuando se despierta, meses después, lo usa para fecundar los huevos en la época óptima para el desarrollo y cuidado de sus crías.

Hay machos que sellan el orificio sexual de la hembra con cera y otros que lo rocían con un líquido químico para que repela a otras posibles parejas

Además, hace unos años unos investigadores encontraron en un tiburón ballena hasta 304 embriones en su vientre, pero lo que más sorprendió a los científicos fue que estaban en distintas fases de desarrollo y el esperma tenía gran diversidad de donantes. “Y también hay especies como los galápagos: sus hembras almacenan semen durante años”, termina Gonsálvez.

Redacción QUO