En febrero de este año, un grupo de científicos de diferentes universidades publicaba un estudio en Current Biology en el que aseguraba que los chimpancés pueden adaptar sus gruñidos para comunicarse con nuevos vecinos.
La conclusión estaba basada en el estudio de un grupo de estos primates que habían sido trasladados desde Holanda a Edimburgo, Escocia. Originalmente los chimpancés tenían un sonido determinado para referirse a las manzanas, pero el grupo de Escocia tenía otro diferente y los recién llegados lo fueron adaptando hasta que eran muy similares.
El problema es que otro grupo de científicos, analizaron la información del trabajo inicial y señalaron algunos errores en otra carta publicada también en Current Biology. “Hay varios problemas con el estudio original – afirma James Higham, de la Universidad de Nueva York –. Algunos tienen que ver con los métodos utilizados y otros son, fundamentalmente una interpretación errónea de los datos obtenidos”.
Ante ello, el grupo original confirmó sus conclusiones, aunque con ligeros matices. Y lo hizo, también, enviando una carta a la misma publicación.
“Creo que hemos respondido a los puntos que nos señalaban – afirma Simon Towsend, de la Universidad de Warwick y uno de los autores del trabajo original –. Pero su crítica es interesante y es ese exactamente el modo en el que trabaja la ciencia”.
Para llegar a este acuerdo, los “autores originales” dieron mayor énfasis a las diferencias iniciales entre ambos grupos en su rectificación, mientras que sus críticos, señalaron la similitud en la forma de nombrar a la “manzana” después de convivir tres años. Es un ejemplo de cómo los científicos pueden llegar a diferentes (y a veces complementarias) conclusiones con la misma información.
Si bien en la raíz del conflicto se encuentra el tema de la adquisición del lenguaje, ambos grupos han hecho las paces y coinciden que se trata más de un cambio de acento que del aprendizaje de una palabra desconocida.
Juan Scaliter