Ha vuelto a pasar. Cientos de personas han tenido que volar hasta la bahía Golden, en Nueva Zelanda, para evitar un daño ineludible. Es difícil que las 400 ballenas que han quedado atrapadas por las aguas superficiales del enclave sobrevivan, y mucho menos las 300 que han acabado en las arenas de la playa.

Los voluntarios luchan contra el reloj y la marea, que ha dejado al descubierto buena parte de las que habían devuelto al mar tras primera media jornada de trabajo -casi 100-. Se antoja imposible que el drama no vuelva a ocurrir, porque los varamientos pueden ser una consecuencia desafortunada de la fortísima cohesión social de la especie.

Las ballenas se orientan gracias a un sistema de ecolocalización. Emiten sonidos que rebotan en el fondo marino, en las rocas, en los demás animales, y reciben los ecos con los que hacen un mapa mental de su entorno. “Pero no siempre están usando este sistema”, subraya el responsable de Área de Conservación de la Fundación Oceonagràfic, José Luis Crespo. Desde que nacen, siguen a un líder que dirige a la familia, que puede tener hasta 40 individuos. “Generalmente dirigen las hembras”, apunta Crespo.

Si dicho líder está enfermo o, por alguna circunstancia -un maremoto, la huída de un depredador, unas maniobras militares-, se desvía de su ruta y pone rumbo al desastre, todos los demás lo siguen sin plantearse el peligro. “Por eso los varamientos están muy ligados a la especie, y el calderón común tiene una cohesión social fortísima”, explica el veterinario. Tanto es así que no sería la primera vez que, una vez que las personas los ayudan a volver a las aguas, vuelvan a encallar porque el director de la orquesta insiste en interpretar una partitura suicida.

“Pero existen muchas hipótesis para explicar los varamientos y es muy difícil saber la causa”, subraya el especialista, cuyo grupo de trabajo se encarga de atender los que acontecen en la Comunidad Valenciana, generalmente relacionados con especies más pequeñas como el delfín -en realidad, el calderón es un primo del delfín, no una ballena-. «Todavía hay mucha investigación y mucha ciencia que aplicar», añade, si queremos desvelar el misterio del fenómeno.

En el caso de la bahía Golden, es posible que las aguas someras hayan sido las causantes del accidente, o que el fondo haya afectado negativamente al radar de los animales. Lo que impresiona es el elevado número de ejemplares que se han visto afectados.

Nueva Zelanda es el país que más varamientos registra de estos animales, pero no se había enfrentado a una situación tan seria desde 1985, cuando vararon 450 ballenas en Auckland. Quizá se hayan visto empujadas a aguas someras por alguna circunstancia ambiental y se hayan quedado atrapadas, ya que grupos tan numerosos de estos animales se conforman al algutinarse varias familias para comer o migrar, y cada una de ellas tiene un líder diferente. Uno puede fallar, pero es muy improbable que todos lo hagan.

Andrés Masa Negreira