Quién diría que un escenario tan bucólico y maravilloso esconde cosas tan terribles como minas antipersona. Pero ese es el peor de los secretos de la bahía Yorke, ubicada en la Isla Soledad de las Malvinas. Su playa fue fuertemente minada durante el conflicto del Atlántico Sur que enfrentó a Argentina y el Reino Unido e Irlanda del Norte en 1982 y, desde entonces, nunca han sido retiradas.
[image id=»89553″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Antes de la guerra, el lugar era un sitio famoso de entretenimiento para los residentes locales. Tras la guerra, se cercó y se impidió el paso a la playa. Aunque la Universidad de Cranfield estudió la posibilidad de desminarla, su conclusión fue que no era viable ya que las dunas de arena habían crecido demasiado y habían enterrado las minas a gran profundidad. Para hacerlo, se precisaría excavar a fondo en la playa con material blindado, sin que esto asegure el éxito de la misión y ponga en grave riesgo la «importancia internacional» de las colonias del pingüino de Magallanes.
Mientras tanto, dichos pingüinos campan a sus anchas por la peligrosa arena sin temer por su vida, ya que por mucho que las pisen, estas no explotan. La razón, según explica Matthew Teller a BBC, es que el peso reducido de los pingüinos no las activa. Aunque el gobierno británico ha gastado una cantidad ingente de dinero en intentar desactivarlas (es su obligación como signatario de la convención de Ottawa de 1997), deben ir con cuidado. Sobre las dunas crece una planta que proporciona bayas rojas dulces, lugar donde se guarecen miles de estas aves marinas.
[image id=»89555″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Según explica Teller, su colega Guy Marot, de la Oficina del Programa de Desminado de Malvinas, dirige a un equipo de técnicos que en su mayoría son zimbabuenses. Por desgracia, tienen gran fama en desactivar minas antipersona, ya que adquirieron una gran experiencia en su país con este tipo de explosivos. Aunque han conseguido limpiar más de siete millones de metros cuadrados de campo, en Bahía York no es tan sencillo: durante las últimas tres décadas los explosivos se han movido de sitio y, «ni aún teniendo los gráficos de la guerra en la mano, podemos saber donde está ubicada cada bomba. Se pueden haber desplazado a una gran distancia o estar enterradas a metros de profundidad».
Una de las ideas es esperar al invierno, momento en que los pingüinos se sumergen mar adentro, para excavar en la playa y tamizar la arena. No obstante, tampoco es una gran solución, ya que su hábitat y ecosistema quedarían destruidos. Por ahora, no se les ha ocurrido una idea mejor.
Pero, como reflexiona Teller, «Mientras tanto, los pingüinos de Magallanes siguen multiplicándose al otro lado de la valla, irónicamente gracias a una de las peores cosas que la humanidad puede hacer: la guerra».
Fuente: BBC
Rafael Mingorance