En Chimp Haven, la vida transcurre en domingo. Aquí no hay motivo para la nostalgia, ni siquiera para la desesperanza.

Sus residentes son artistas retirados y animales que han pasado su vida recluidos en laboratorios y sometidos a ensayos, tanteos y experimentos.

Cumplieron su faena, y ahora el Gobierno estadounidense les otorga el derecho de disfrutar de una vida apacible en una reserva, exclusiva para chimpancés jubilados, de 200 hectáreas de pastos y bosques.

Además de recibir un trato exquisito, los animales son cuidados y atendidos por un equipo de profesionales cualificados.

Testarudos y sin estrella

Con mayor o menor agrado, sus veteranos chimpancés han iniciado el proceso biológico de la vejez, un hecho común y, al menos de momento, ineludible para todo ser vivo.

Con ella han aparecido algunas patologías. Empiezan a mermar sus capacidades y proezas, o su equilibrio interno. Su habilidad para manejar el estrés que les provoca el hecho más insignificante, como un cambio de temperatura, es cada vez menor. Algunos se han vuelto testarudos, y solo unos pocos parecen haber reiniciado el ciclo de la vida adquiriendo los hábitos propios de un niño.

Chimp Haven es un auténtico vergel, repleto de ciénagas, gimnasios naturales, naranjales y un sinfín de especies vegetales.

Las mejoras no se hacen esperar, y sus habitantes lo expresan con gestos. Poco después de su llegada, los monos no se arrancan más el pelo, recuperan su lustre y dejan de esparcir sus excrementos alrededor.

Y eso que hay algo que ellos desconocen: jamás volverán a su lugar de origen. Varios grupos conservacionistas de todo el mundo, liderados por el Instituto Jane Goodall y el Proyecto Gran Simio, consiguieron en 2008 la aprobación de la llamada Chimp Haven Act, una ley que prohíbe que los chimpancés que han colaborado en estudios médicos o científicos vuelvan a ser llamados por los investigadores.

En Chimp Haven se impone la oportunidad que se le concede a esta población de monos de retrasar su declive mental y mejorar su rendimiento cognitivo dignificando su tercera edad con estímulos suficientes y una atención médica personalizada.

El hogar del tigre

Iniciativas como esta empiezan a ser conocidas por todo el mundo, con idénticos resultados. Los tigres disfrutan de su particular hogar del jubilado en la reserva de Sundarbans, una isla del Golfo de Bengala.

Con esta decisición, las Autoridades han acallado a quienes las acusaban de la desaparición de estos felinos por culpa de los cazadores furtivos y la codicia que despiertan, sobre todo su piel y sus huesos, para elaborar algunos de los mejunjes de la medicina tradicional china. De paso, Sundarbans evita las tragedias que protagonizan los tigres más ancianos cuando asaltan pequeños poblados en busca de presas fáciles. Aquí tienen a su entera disposición 45 hectáreas, un hábitat natural y un equipo de veterinarios y cuidadores.

En la colombiana ciudad de Cali existe un refugio fundado por Ana Julia Torres, una profesora que empezó recogiendo perros callejeros y continuó con una residencia que atiende a unos 600 animales ancianos, maltratados y violados, a veces desahuciados del circo. A Villa Lorena, así se llama, llegan animales con las costillas rotas, temblorosos y con dificultad para ponerse en pie. “Para algunos, la curación es imposible; pero esperarán la muerte en paz y con respeto”, dice su fundadora.

En el mismo continente, esta vez en la localidad argentina de Concordia, Lázaro Diego Zipitria, heredero de una larga generación de amaestradores del Circo Safari, regala a sus empleados más viejos un retiro decente en El Arca de Enrimir. Se trata de una reserva zoológica y granja educativa abierta al público, lo que permite que el animal nunca llegue a desprenderse de su ringorrango, sus muecas o pi­ruetas cada vez me­nos imposibles. “Reciben de los niños y adultos que visitan El Arca parte del cariño que ellos dieron cuando trabajaban”, explica Zipitria. Conviven, bajo una estrecha vigilancia médico sanitaria, un elefante de 46 años, dos tigres de Bengala también de avanzada edad, muchos monos, varios jaguares, tres papagayos y cuatro viejos loros repitiendo incansables sus retahílas aprendidas en sus años de gloria… Para ellos, el show continúa. Solo cuando los científicos crean conveniente y posible que alguno sea devuelto a la naturaleza, se hará.

También España tiene proyectos cada vez más numerosos. En Asturias, el Hospital Equino Asturcón aguarda la llegada de caballos en edad de jubilarse para disfrutar de un espacio privilegiado con los cuidados médicos más avanzados. El veterinario Diego Mas, su director, explica que: “La diferencia se palpa en un envejecimiento normal o un envejecimiento más rápido y patológico”.

Lo cierto es que cada vez hay animales más longevos. Jesús Fernández, director técnico del Zoo Aquarium de Madrid, ha advertido que: “Los animales en los zoos y en centros de rehabilitación viven más tiempo que sus relativos del medio natural. Al no tener que cazar ni buscar la comida a diario, y al no haber depredadores, su vida en la época senil está más asegurada. En ge­neral, nuestros animales llegan a viejos. Aquí tienen aportes vitamínicos y la dieta precisa y evaluada científicamente, se les regula la temperatura y reciben una atención médica específica”.

Estas circunstancias han convertido a Tritón, el delfín, y a la pareja de rinocerontes en cuarentones, y permitirán que la tortuga gigante, de 70 años, sobrepase los 150. “En libertad, probablemente habrían muerto hace tiempo.”
y los humanos, ¿qué?

El seguimiento de los animales en parques zoológicos, residencias para ancianos o refugios es una prueba palpable de que ciertos hábitos de vida e higiénicos pueden acelerar el envejecimiento. De hecho, se realizan numerosos estudios para determinar qué causas externas pueden acelerar o lentificar los efectos de la edad en animales en cautividad, cuyo objetivo es obtener conclusiones aplicables a los humanos. Pero al margen de factores externos, la ciencia mantiene otra verdad todavía irrefutable: hay una autoridad genética que da las instrucciones para que co­mience, irreversiblemente, el envejecimiento. Así, las experiencias de todos estos animales son un contrapeso en la balanza de los científicos cuando estudian los factores genéticos de la longevidad, sin duda los más poderosos a la hora de determinar las peculiaridades del proceso de envejecimiento de cada especie, incluida la humana.

La genética, y no otras condiciones, explicaría por qué un ratón vive como máximo tres años, mientras que el murciélago, tan similar a él, le sobrevive al menos 30 años más.

El animal preferido para las investigaciones genéticas es un gusano de tamaño microscópico llamado Caenorhabditis elegans. Envejece y muere en solo dos semanas, por lo que permite estudiar el proceso de un modo excepcionalmente rápido. Gracias a él consiguieron dar con el gen que ordena la producción de la proteína DAF-2 y sus receptores, responsables del proceso del envejecimiento y las enfermedades asociadas con él. Cuando su actividad se reduce, la expectativa de vida de este gusano se duplica. La siguiente que entró en laboratorio con este mismo fin fue la mosca Drosophila melanogaster, y las conclusiones fueron similares. Faltaba por ver qué ocurría con los mamíferos, incluidos los humanos, por lo que el ratón fue llamado a examen. En él se constató que, al desactivar las dos co­pias de los receptores de esta proteína, el animal moría. Si se bajaba su nivel, aparecían enanismo y otros problemas metabólicos. Sin embargo, al desactivar una sola copia, la vida del roedor se alargaba en un 26%.

Con esta misma ruta de la hormona IGF trabaja también Manuel Muñoz, biólogo molecular de la Universidad sevillana Pablo de Olavide, para desentrañar la longevidad de diferentes especies. Su grupo utiliza cepas de gusanos, algunos de ellos modificados. Uno de sus hallazgos ha sido observar cómo aquellos gusanos que soportan mejor el calor son los más longevos, ya que las mismas proteínas que nos inhiben del estrés térmico protegen también del paso del tiempo.

Hasta que den con el secreto de la eterna juventud, a animales y humanos nos resta dar con una buena residencia y que nos asista la Ley de Dependencia.

Redacción QUO