Casi todos comparten ciertos rasgos, fundamentalmente el de que necesitan muy poca agua para sobrevivir. Suelen conseguirla en los alimentos que comen, ya sean animales o vegetales, de manera que se crea algo así como un ciclo del agua, en el que el líquido se recicla cuando pasa de un ser vivo a otro. También es habitual que los animales del desierto se cobijen bajo tierra, en madrigueras o directamente tapándose con la arena. Pero, por muy eficientes que sean los mecanismos evolutivos –la tortuga del desierto puede pasar años racionando el líquido que almacena en su vejiga los días que llueve–, en algún momento tienen que beber. El más adecuado es el que separa el día de la noche, cuando la bajada brusca de temperaturas hace que se condense la humedad del aire y pase al estado líquido. En ese momento, las estrategias son de lo más originales.
Camellos: al anochecer, el aire fresco del Sáhara enfría las cavidades nasales de los camellos, su aliento se condensa y el organismo reabsorbe
el agua.
Diablillo espinoso australiano: la bruma matinal se condensa en su piel y va bajando hasta su boca.
Escarabajo del desierto de Namibia: usa su parte posterior para recoger las gotas de niebla.
Tortuga de los desiertos de Mojave y Sonora: almacena en la vejiga hasta el 40 por ciento de su peso en agua.
Redacción QUO