El solsticio de verano, que se produce a mediados de junio, tiene el curioso efecto de que el sol no se pone en las 24 horas del día cerca del polo norte. La naturaleza no ha dotado al ser humano de mecanismos para gestionar la hora del descanso en estas condiciones tan especiales, y los relojes son el único recurso para saber cuándo ha llegado la hora de dormir. Ciertos animales del Ártico, por contra, sí han desarrollado interesantes mecanismos para inducir el sueño en el momento del año en el que la luz es perpetua. Algunos de ellos sustituyen los ritmos circadianos por otros mientras dura el verano, otros recurren a la colaboración y se turnan para echar cabezadas y otros conservan los mismos patrones de sueño del resto del año, como si los procesos con los que regulan el descanso fueran tan sensibles que la mínima bajada de la luz fuera suficiente para hacerlos dormir.

Redacción QUO