Cuando una foca inicia una zambullida en el agua, su cuerpo pone en marcha una serie de reacciones que evitan el daño por el cambio de presión. Los pulmones se colapsan –como una botella de plástico a la que sacáramos de golpe todo el aire– para no dejar pasar sangre ni oxígeno. Además, su corazón también se ralentiza. Esa sacudida es de tal modo que si ocurriera en humanos dañaría los delicados tejidos de dichos órganos y provocaría una gran inflamación. Sin embargo, en las focas no es así. Los tejidos permanecen intactos y la inflamación es entre 50 y 500 veces menor que la que sufriríamos nosotros. Investigadores norteamericanos han comprobaron que la diferencia reside en su suero sanguíneo. De hecho, cuando lo inyectaron en células del sistema inmunitario de ratones la respuesta inflamatoria también se reducía.
Ahora están intentando aislar los compuestos específicos de ese suero. Si lo consiguen, podrían utilizarlo para minimizar los riesgos de la inmersión en los buzos y para prevenir la inflamación en los órganos destinados a trasplantes.
Redacción QUO