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No sé si el pingüino puede juzgar; pero si pudiera, seguro que no tendría muy buena opinión de los humanos que le fotografían con furor, como a una superstar de la Antártida. La actitud del pájaro austral es despreciativa, casi de burla. La de los humanos es despreciable, casi burlesca… Seguro que son turistas millonarios de los que hacen un viajecito para vivir la “aventura” antártica a bordo de un barco con lujosos camarotes y comida exquisita. La reflexión última que la imagen sugiere tiene que ver con el impacto que los humanos infligimos al medio natural, directamente proporcional a nuestro número creciente: más de 7.000 millones ya. Y tiene visos mucho más dramáticos que esta hilarante foto.

Poseemos decenas de miles de bombas atómicas, almacenadas con la sana intención de no usarlas nunca (¿nunca?, ¿hemos pedido permiso a los terroristas suicidas?), mientras hay más de mil millones de semejantes nuestros en la más absoluta miseria. Uno de los mayores negocios de los países ricos es la fabricación de armas de todo tipo –incluidas las minas antipersona–, y en apenas un siglo y pico estamos esquilmando recursos valiosos como el carbón y el petróleo, acumulados bajo tierra durante muchos millones de años.

Menos del 20% de los humanos consume más del 80% de la riqueza natural del planeta…
Y algunos bobos se ponen a fotografiar, extasiados, al supuesto pájaro bobo antártico. ¿Cómo no mirarlos con desprecio?

Redacción QUO