Las promesas climáticas de los países en la COP26 son papel mojado mientras sigan invirtiendo en petróleo, gas y carbón
Los seres humanos, enfrentados con un problema insuperable, a menudo sienten la necesidad de hacer algo, aunque sea poco, aunque no tenga un impacto significativo. Cuando nos dicen que el planeta se va a convertir en un horno inhabitable para nuestros hijos, el problema nos supera, y es entonces cuando decidimos usar bolsas de rafia para hacer la compra o dejar de comer carne un día por semana.
Por eso, más que nunca, hay que explicar una y otra vez en qué consiste el problema del cambio climático. Las emisiones actuales de CO2 han calentado el planeta 1,2 grados respecto a los niveles preindustriales. Por encima de 1,5 grados, las consecuencias son devastadoras: olas de calor, sequías, cosechas perdidas, desaparición de la pesca, incendios forestales incontrolables, huracanes, desaparición de la selva del Amazonas, inundaciones, refugiados, hambre, guerra. Sin olvidar, claro está, nuevas y más devastadoras pandemias.
- El 89% de las emisiones de CO2 se producen por la quema de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas.
- El 46% de las emisiones se deben al carbón.
- Un tercio de las emisiones se deben al petróleo.
- El carbón es responsable del 76% de las emisiones de la producción de energía eléctrica.
El objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a entre 1,5 y 2 grados centígrados no está más cerca, sino más lejos. El jueves pasado el jefe de la ONU, Antonio Guterres, puso el dedo en la llaga. Las promesas de los 200 países reunidos en Glasgow suenan «huecas» mientras la industria de los combustibles fósiles sigue recibiendo billones (con doce ceros) de dólares en subvenciones por parte de los principales emisores: EE UU, China y Europa.
«Las promesas suenan huecas cuando la industria de los combustibles fósiles sigue recibiendo billones en subvenciones».
Es mucho mejor ver la diferencia entre lo que es necesario para reducir el calentamiento global a 1,5 grados y lo que se ha acordado (que no ejecutado) en la COP26. Solo con estas promesas, la tierra se calentaría 2,7 grados, según afirma la ONU.
El encuentro más desagradable del mundo
La COP (Conferencia de las Partes) es un encuentro extremadamente desagradable. Las medidas requieren el consenso de 200 naciones. Algunas son ricas, otras pobres. Algunos son países petroleros, otros ya han alcanzado la neutralidad en emisiones de carbono.
Lo que es necesario hacer está claro desde el principio. Hay que dejar de quemar carbón y petróleo. Pero la política y la ciencia tienen muy poco que ver. Algunos países ricos lo son precisamente por producir combustibles fósiles. Los países pobres que están en vías de desarrollo deben la mejora de su nivel de vida a la energía barata, es decir, carbón.
Los países ricos tienen el dinero para invertir en energías limpias y reducir sus emisiones, y el poder para multar a quienes sigan emitiendo. Pero es incongruente pedir a un país como India que limite su crecimiento económico dejando de quemar carbón, o a los países latinoamericanos que empiecen a reciclar más y dejen de desforestar como medio de aumentar su producción agrícola.
Esas peticiones se traducen en pérdidas económicas, en dinero que estos países pobres dejan de ingresar. Conferencia tras conferencia, su petición es la misma: nosotros dejamos de emitir, pero compensen nuestras pérdidas, ustedes que durante siglos explotaron nuestros recursos y se enriquecieron mientras contaminaban sin límite.
Conferencia tras conferencia, los países ricos se niegan, y el mundo sigue en un empate con consecuencias devastadoras. En el Acuerdo de París, las economías avanzadas acordaron formalmente movilizar conjuntamente 100.000 millones de dólares al año antes de 2020 para hacer frente a las necesidades de mitigación y adaptación de los países en desarrollo. Una visita a la página de este fondo internacional, el Green Climate Fund, basta para comprobar que de ese dinero solo está comprometida una décima parte, y se han cobrado apenas 8.300 millones.
Bla, bla, bla, ¿ha servido de algo?
Más de 200 científicos enviaron el jueves una carta abierta a la cumbre en la que instaban a los países a tomar «medidas inmediatas, firmes, rápidas, sostenidas y a gran escala» para detener el calentamiento global. Un puñado de países liderados por Dinamarca y Costa Rica se comprometió a eliminar progresivamente la producción de petróleo y gas.
«La era de los fósiles debe llegar a su fin», dijo el ministro danés de Clima, Energía y Servicios Públicos, Dan Jorgensen. Pero ¿qué sentido tiene si no se unen a la iniciativa China y EE UU? India se convirtió en el país aguafiestas de la conferencia, obligando a que el compromiso de «eliminación» del carbón se convirtiera en una «reducción».
Sin embargo, por primera vez se ha hecho mención explícita a los combustibles fósiles como causantes de la crisis climática, a pesar de que la relación se conoce desde el siglo XIX. Por primera vez se habla de emergencia.
Pero quizá lo más importante haya sido la conciencia global de que la política no puede solucionar este problema. No hay nadie al volante: las promesas se hacen con semblantes de preocupación, se olvidan sistemáticamente y no hay organismos supranacionales a quienes reclamar.
Quizá sea el momento de recurrir a la ley. La rendición de cuentas sobre el clima podría llegar a los tribunales nacionales del mundo. Los tratados como el Acuerdo de París son legalmente vinculantes, y -como ya lo ha hecho la mayoría- se convierte en legalmente vinculante. El Tribunal Supremo alemán dictaminó en abril que el objetivo climático del gobierno no era suficiente para cumplir con las obligaciones de Alemania en el acuerdo de París. El gobierno alemán presentó nuevos objetivos climáticos en menos de una semana después de la derrota. Iniciativas como convertir al Mar Menor en una persona jurídica para defender sus derechos son otro ejemplo.
¿Qué puedes hacer tú? A estas alturas ya sabemos que la democracia de los países occidentales es un pálido reflejo de su definición original, pero el voto individual y la movilización social todavía sirven. Quizá reutilizar tu bolsa de la compra sea una acción ridícula, pero las urnas están ahí para echar a patadas a los cómplices del desastre climático.
Foto: Tim Dennell