La sonrisa del delfín es el mayor engaño de la naturaleza.” Con esta afirmación arranca The Cove, un híbrido de thriller y documental que acaba de colocar a las criaturas más queridas del mar en el centro de atención.
Denuncia su matanza masiva en Japón y, de paso, nuestra ignorancia al convertir a los Tursiops truncatus (o delfines mulares, los que dieron vida al famoso Flipper) en una mezcla de acróbatas y mascotas siempre dispuestas a abrazarnos.
Por fortuna, la ciencia nos ha enseñado que se sitúan entre los principales depredadores marinos, mantienen un orden jerárquico y aprenden a robarnos el alimento. Y estudia cuáles son las amenazas para su conservación. “Las principales están ligadas al deterioro ambiental en las costas. Al situarse en lo más alto de la cadena trófica, cualquier impacto en los eslabones inferiores les afecta de forma decisiva”, asegura Bruno Díaz, director del Instituto para el Estudio de los Delfines (BDRI) de Cerdeña (Italia). Por eso, los puertos turísticos, la sobrepesca y la contaminación hacen un flaco favor a estos pequeños cetáceos, cuyo grado de riesgo varía en las distintas zonas del mundo. En el Mediterráneo, por ejemplo, se los ha incluido en el libro rojo como especie vulnerable. En muchas otras áreas, la falta de datos sobre sus poblaciones impide etiquetar con precisión su estado, también amenazado por las redes de arrastre en las que quedan enganchados y la contaminación acústica.
“Tanto la navegación como las actividades militares submarinas distorsionan las ondas sonoras con las que se comunican y se orientan”, asegura Ana de la Torriente, bióloga de la organización de conservación marina Oceana. Hasta ahora no existe una legislación internacional que vele por su bienestar. La Comisión Ballenera Internacional (CBI) regula la caza de sus hermanos mayores, pero se lava las manos respecto a los cetáceos de menor tamaño. Su destino queda, así, al abrigo de acuerdos regionales o leyes como la directiva europea Hábitat, que obliga a la creación de espacios protegidos dentro de la Red Natura 2000. “Aunque en la revisión realizada el pasado mes de junio por la Comisión Europea, las zonas de protección de Tursiops truncatus no fueron evaluadas como suficientes en ningún país”, nos cuenta De la Torriente.
Instinto salvaje
En España contamos con un decreto ley de 2007 que los protege y que regula, por ejemplo, uno de los puntos más controvertidos de nuestra relación actual con ellos: cuando los visitamos en su casa, nada de saltar al agua. En interés de ambos. Bruno Díaz lo explica con un claro símil: “A nadie que conozca a los caballos se le ocurriría acercarse a acariciar a uno salvaje en medio de la montaña. Pues los delfines también son animales salvajes”.
Hasta que los domesticamos. Eso es lo que hacemos con los animales de los parques acuáticos que proliferan por todo el mundo aprovechando el tirón de un negocio en alza. “Hoy, un parque acuático tiene mucho más éxito para un inversor que un zoo”, afirma Bruno Díaz, y añade que: “El precio de un delfín en el mercado es una cosa exagerada (supera claramente los 60.000 euros y puede llegar a más de 200.000), pero también lo son las ganancias que suponen”. Aunque no se deba generalizar en cuanto a las condiciones en que se los mantiene: “Es innegable que la cautividad les supone un estrés psicológico”, opina Díaz. Y lo manifiestan lanzándose a nadar en círculo durante horas o atacando a las crías que han parido, algo inconcebible en medio del océano.
Regañan a sus crías
No es de extrañar. Estas criaturas capaces de reconocerse en un espejo y de mostrarse dubitativos entre las dos respuestas posibles en un experimento, poseen un cerebro mayor que el nuestro respecto al tamaño corporal. La bióloga Lori Marino, de la Universidad Emory de Atlanta (EEUU), está realizando un atlas de su centro neurálgico, y asegura que presenta características relacionadas con la inteligencia compleja y que “tienen personalidades individuales”. Además, cuando un equipo dirigido por el estadounidense Sam Ridgway investigó cómo podían mantener todos sus sentidos alerta sin dormir durante cinco días seguidos, descubrió que dejan en reposo un solo hemisferio cerebral, mientras el resto del organismo sigue despierto y sin ningún signo de fatiga en los análisis de sangre.
Algunos investigadores consideran que gran parte de su cabeza está destinada a gestionar el sonido, ya que perciben el entorno principalmente a través del eco. Poseen un potentísimo aparato de sonar con el que emiten ondas acústicas que, al rebotar, les informan de las formas que han encontrado en el camino. Su extraordinaria precisión les permite incluso distinguir monedas de diferentes metales.
Pero sus emisiones vocales también les sirven para comunicarse. La combinación de sonidos melódicos y clics constituye un lenguaje bastante complejo en el que las madres utilizan los primeros para mantener el contacto con sus crías y los segundos para “regañarlas” cuando se alejan demasiado. La contundencia de esas emisiones es tal que incluso la utilizan como arma arrojadiza para paralizar a las presas: “Durante unas décimas de segundo, lo suficiente para focalizarlas dentro de un grupo de peces a la fuga”, explica Bruno Díaz.
Sus investigaciones han demostrado también que, a la hora de buscar aliados de caza, los delfines mulares eligen a los compañeros de grupo con la estrategia más parecida a la suya, ya sean machos o hembras. La elección no debe de resultar difícil, pues la composición de sus comunidades puede cambiar incluso en el transcurso de unas horas, y se organiza con una estructura social tan compleja como la de los chimpancés. Con tal movimiento, es importantante mantener la cohesión, y este es el objetivo que se ha atribuido a rituales como las uniones homosexuales entre machos y al gesto de frotarse las aletas pectorales tras algún desencuentro entre colegas.
Economizan movimientos
Una vez hechas las paces, pueden entregarse a sus gráciles saltos gracias a las magníficas propiedades hidrodinámicas de sus aletas triangulares. Según una investigación de Laurens Howle, de la Universidad de Duke, en Durham (EEUU), les imprimen el empuje hacia arriba de la misma forma que las alas delta de los aviones. Sus piruetas tampoco se entregan al azar. Ramón Ferrer i Cancho, de la Universidad Politécnica de Cataluña, descifró que cada una estaba formada por hasta cuatro unidades básicas. Y que realizaban con más frecuencia las de solo una unidad. Esta proporción coincide con la ley de economía que rige el lenguaje humano: las palabras más frecuentes en todas las lenguas tienden a ser las más cortas.
A los delfines no les gusta gastar energía inútilmente. Por eso acuden cada vez con más frecuencia a donde saben que tendrán la mesa puesta.
El sonido como arma
Concretamente, a las piscifactorías cercanas a la costa, donde intentan echar boca a los ejemplares que allí se crían o al “pienso” que estos reciben. La estrategia perjudica a los peces, que también mueren estresados por tenerlos cerca, y a ellos mismos, que a veces quedan enganchados en las redes que rodean a las jaulas. Como remedio, el BDRI y la empresa Ingeniería y Ciencia Ambiental probaron unos instrumentos que emiten sonidos para ahuyentarlos sin hacerles daño. Sin embargo, su tremenda capacidad de adaptación los acostrumbró a ellos y convertió la señal disuasoria en un auténtico reclamo hacia la comida.
Del mismo modo, el hecho de que se acostumbren a la presencia de botes de recreo puede suponer una amenaza para su seguridad. Por eso, es importante cumplir las normativas que intentan protegerlos. En este sentido, Ana de la Torriente muestra así su optimismo: “Yo diría que en los últimos años hay una mayor conciencia, mayor interés político y más investigación, algo fundamental para definir estrategias de conservación”. Desde el punto de vista particular, quizá debamos reeducar nuestra admiración por ellos si queremos disfrutarlos sin molestarles. Basta con guardar las distancias en el mar, recordar que están en su casa y, sobre todo, que no se están riendo.