La fotografía y la taxidermia tienen mucho en común, ya que ambas son técnicas consagradas a la preservación. La primera, de la imagen, y la segunda, de la fisonomía y de la anatomía de los cuerpos. Dos artes que parecen extrañas, pero que el fotógrafo Richard Barnes ha logrado hermanar con su fabulosa serie de imágenes titulada Animal Logic.
Durante diez años, el artista ha recorrido algunos de los más prestigiosos museos de historia y ciencias naturales del mundo, retratando con su cámara lo que sucede entre bastidores, aquello que los visitantes jamás podrán presenciar.
Barnes ha captado con su objetivo la belleza de lo inanimado; animales disecados y embalados dispuestos a ser transportados a alguna galería, dioramas a medio terminar, donde lo vivo (los decoradores) se codean con lo inerte. “A veces me siento como un enviado del futuro para retratar el pasado”, afirma el artista.
Recreando lo que ya pasó
Pero la cámara de Barnes nos deja también el testimonio de un negocio, la taxidermia, cuyo mayor mercado está en EEUU. Solo en Texas, superan los cien estudios (más de los que hay en España, donde no se llega al centenar) dedicados a disecar animales con destino a los museos.
Junto a ellos, los otros protagonistas de la obra de Barnes son los creadores de dioramas. Equipos formados por historiadores, decoradores y animadores que recrean escenarios naturales con la mayor precisión posible. Un museo como el Smithsonian de Washington financia cada año la creación de cien nuevos dioramas. Los reemplazados se donan o venden a otras instituciones de menor popularidad, donde estos retablos inanimados disfrutan de una segunda vida. Aunque suene paradójico.
Quietecitos y sin hacer ruido
Parece que están dormitando tras haber comido, pero estos dos antílopes han sido disecados y se disponen a ser enviados (bien embalados) al Museo Smithsonian de Washington.
El artista se siente orgulloso de esta imagen. ¿El motivo? La sensación de melancolía que logró al retratar como si fuera un ataúd la caja donde se trasladaba embalado el cuerpo de este orangután. “Quería recordar que los museos son mausoleos”, explicó el fotógrafo.
La cámara de Barnes nos introduce entre los bastidores del Museo de Historia Natural de California. Realizar este diorama de la sabana se parece a montar una obra de teatro. Sensación reforzada por el arco del proscenio que enmarca la colocación con una grúa de una jirafa disecada en el escenario.
Jirafas, cebras y otros herbívoros conservados por obra de la taxidermia, envueltos en plástico mientras un pintor termina un fresco de la sabana en el museo californiano. Cuando el diorama esté acabado, dará la sensación de que las criaturas reviven en su ficticio hábitat.
Una decoradora da los últimos retoques a una recreación del desierto en el Museo de las Ciencias de California, ante la mirada de un coyote disecado. Solo falta el correcaminos.
Con esta foto, del Museo de Ciencias de Ottawa (Canadá), Barnes quiso crear un efecto irreal basado en la indiferencia del decorador ante los feroces lobos, con unos búfalos al fondo como testigos de una muerte que nunca llegará a ocurrir.
Decenas de esqueletos humanos y restos óseos de animales se hacinan en este archivo del Museo de Anatomía Comparada de París. Un lugar al que los visitantes no tienen acceso.
Al retratar esta sala del museo parisino, Barnes logró que pareciera que el cadáver plastinado de un hombre guía a una tropa de esqueléticos animales.