Si se pudiera canonizar a los animales, el cerdo sería el primer candidato a los altares. Aunque la gripe A y otras anteriores le han dado mala fama por entender que es portador de virus perjudiciales para el humano, dicha reputación es injustificada. Los cerdos salvan vidas, y no solo porque nos proporcionen alimento.
De la cabeza a los pies, su cuerpo es una fábrica de suministros para la medicina. A él le debemos, por ejemplo, que los recién operados puedan prevenir una trombosis con la heparina que obtenemos de su intestino, y que el corazón de un enfermo pueda volver a latir con normalidad gracias a la válvula de un cochino.
Hasta que se sintetizó la insulina humana, se utilizaba la producida en el páncreas de cerdos y vacas. Muchos diabéticos pudieron controlar la enfermedad gracias a la hormona porcina.
El anticoagulante más conocido se obtiene, sobre todo, del intestino del gorrino, y en menor medida, del pulmón bovino. Esta molécula natural se utiliza especialmente para prevenir la trombosis.
Es la única de una especie animal compatible con el ser humano. Por eso se utiliza en injertos en grandes quemados, hasta que se realiza uno de piel humana.
Con la aparición de nuevos materiales, su uso ha pasado a ser anecdótico, pero hasta hace poco se utilizaba mucho. Tenía la ventaja de reabsorberse, aunque era menos resistente que otros hilos.
Su corazón es casi idéntico al humano. Cuando el de una persona funciona mal porque alguna de sus válvulas no se abre o no se cierra correctamente, el animal se convierte en donante obligado.