Durante miles de años, exploradores y naturalistas se sintieron desconcertados por un raro fenómeno: “la nieve ensangrentada”. Aristóteles fue el primero en mencionarlo, pero existen numerosos testimonios, como la reseña publicada en 1818 en The London Times, que decía: “El capitán John Ross trajo de la bahía de Baffin (Groen­landia) nieve roja para so­meterla a análisis químico. Nuestra credulidad se pone a prueba extrema al saber que no se ha descubierto causa aparente para dicha coloración”.
Escudo antirradiación
Pero esa causa, por supuesto, existía. Durante mucho tiempo se pensó que la pigmentación rojiza de la nieve podía ser debida a hongos o a depósitos de hierro, pero ahora la ciencia ha encontrado finalmente la verdadera causa.
La culpable es un alga microscópica llamada Chlamydomona nivalis. Durante los meses más fríos permanece inactiva, oculta en el fondo de los glaciares. Pero cuando mejora la temperatura, el alga desprende unas células con flagelos que se trasladan hasta la superficie del bloque de hielo. Aunque originalmente esas células son de color verde, al entrar en contacto con la luz segregan un pigmento rojo llamado carotenoide, que les sirve de escudo para protegerse de las radiaciones solares mientras realizan la función clorofílica.
Todo sobre esta alga, que solo se ve con microscopio de 400 aumentos.
3.000 metros
es la altitud a la que comienza a anidar esta especie.
1.000.000
Es la cantidad aproximada de células de nivalis que pueden encontrarse en la nieve que cabe en una pequeña cucharilla de té.
25 cm
es la profundidad que alcanzan estos bancos de células que tiñen de rojo el hielo.
10.000 metros
es la distancia máxima que se sabe que recorren las células de este organismo cuando las transporta el viento.