Cometemos un error cada año. Y no es el de ir a la playa con los suegros y con la toalla de Naranjito. Lo que hacemos mal es llenar la cesta de cubos, gafas, aletas, novelas facilonas y un MP3. Este año, cámbialo todo por prismáticos, guías de fauna y flora, manuales de geología y algún libro de leyendas. Y sabrás entonces lo que nadie sabe de los más de 3.000 km de litoral español: que está lleno de sorpresas y maravillas. Y si no puedes llevarte todo eso, coge este Quo y disfruta.

Ses Illetes (Formentera)

Casi se siente una caricia cuando aplicamos el término pradera a la colonia de posidonias oceánicas que alfombra las aguas de esta playa. Su color turquesa es su “medalla” por capturar CO2 –medio millón de toneladas anuales en todo el Mediteráneo– y regalar a cambio un oxígeno que da más que un respiro al resto de fauna y microfauna que las habita. El bosquecillo sujeta con sus raíces el fondo marino y amortigua el zarandeo de las corrientes, lo cual mantiene a sus “huéspedes” y a otras plantas más estables y nutridos. El problema es la “macrofauna”: barcos que fondean en la playa y que han dañado con sus anclas el 20% de esa pradera.

Playa de Bolonia (Cádiz)

Si un terremoto en el siglo II no hubiera iniciado el declive de la romana Baelo Claudia, no sería hoy el conjunto de ruinas que es desde el siglo VII. De su localización estratégica y su potente industria de salazón nació la entonces novedosa y útil salsa garum. Sus ruinas, cercanas al mar, son la muestra mejor conservada de urbanismo romano de toda la Península.

Las Catedrales (Lugo)

Hasta cuando se rompe, la Tierra sabe exhibirse. En esta playa de Aguas Santas (su nombre real), la geología ha elegido el método kárstico, aquel por el cual sus acantilados de esquisto y pizarra sufren sin defensa posible la disolución de sus rocas por acción química del agua. Así es cómo el mar juega al escondite en decenas de cuevas creadas por él mismo, donde la marea enseña y oculta intermitentemente las tripas del acantilado. Pero aun fuera, sobre la misma arena, ha estado milenios mordisqueando los arbotantes de hasta 30 metros de alto de falsas catedrales que nunca estuvieron allí; de ahí su nombre popular.
La arena es otra ensalada geológica de interés: se mezcla la caliza triturada con los restos diminutos de crustáceos, mejillones y percebes que, mientras aguantan, viven arracimados en las láminas rocosas.

Playa de la Concha (San Sebastián)

Juguemos a medir la huella humana en una playa como esta. Con toalla, sombrilla y algún apero más, cada bañista ocupa unos 5 m2. Como La Concha tiene 54.000 m2, caben 10.800 personas. Y si cada uno pasa al menos un tercio del día solazándose allí, evacuarán más o menos 1,4 l de orina por persona x 1/3 del día = 0,46 litros. Lo que supone un total de 3.600 litros (0,46 l x 10.800) de aguas menores. Como algo comen, en esas horas generan otro tercio del 1,5 kg de basura que un español produce en un día; o sea, 0,5 kg, que, todos unidos, suman 5.400 kg. ¿Y bronceador? No todo va al agua, pero los bañistas, de media, se untan 40 ml de protector solar, así que la playa huele a 432.000 ml de mejunjes. Aunque si hablamos de objetos perdidos, La Concha no es tan famosa como la de Fuengirola, donde, entre los cerca de 2.000 objetos que se hallan en verano, apareció una pierna ortopédica en 2009.

Las Canteras (Las Palmas)

El mar llega hasta la Catedral de Las Palmas, ya que parte de ella está construida con piedra extraída de la barrera de roca sedimentaria que bordea la línea de playa, unos 30 metros adentro en el agua. Esta llamada Barra se explotó hasta hace pocas décadas como cantera y surtió no solo al templo, sino a otros edificios. Ese falso arrecife amansa las olas y sirve de refugio para un millar de especies marinas. La zona de La Isleta era eso, una isla que se unió al resto de la playa por una lengua de tierra. Ahora hay un barrio, pero la naturaleza se empeña en seguir tratando de invadirlo con dunas.

Comarruga (Tarragona)

A cien metros de la costa, el manantial de Pla de Mar desparrama la buena salud de sus aguas a la inmensidad del mar, sin compartirlas casi con una fuente próxima. Las sales con cloruro sódico y bromuro que vierte son un balneario salvaje sin camareros ni sillones de mimbre. Un baño isotónico en el sitio preciso donde más se concentra este “grifo” se ocupa, sin pedírselo, de dolencias articulares y óseas. La piel no pasa envidia en el proceso, ya que la psoriasis y las dermatitis también enjuagan sus males en la mezcla de agua marina con la del manantial menos conocido de la costa española. Es famosa la novatada del disgusto estomacal de quienes tratan de beberla de la fuente instalada en tierra como reclamo.

La Lanzada (Pontevedra)

Está declarada Refugio de Fauna, Zona especial de Protección para las Aves (ZEPA), Zona Húmeda de Importancia Internacional y Espacio Natural en Régimen de Protección General. Y además, debería decretarse delito pasar por las Rías Baixas y no visitarla. Más que aprender, uno siente en la piel qué palpita en un ecosistema tan peculiar, marcado por el encuentro del agua dulce del río Umia con la salada del océano Atlántico. Esa es la fórmula de un conjunto de ecosistemas formados por grandes arenales, llanuras intermareales, marismas y la única laguna costera de la provincia de Pontevedra. Si fuera un cine, lo sería de “sesión continua”, porque dependiendo de los vaivenes de la marea y la hora, la fauna marina, terrestre y aviar representa su papel en perfecta combinación: gaviota patiamarilla, lavanco, ánade real, pilro tridáctilo, píldora de las dunas, cuervo marino, garza…