Querida doctora: ayer vi que una hembra chimpancé fornicaba con ocho machos distintos en quince minutos. En otra ocasión, una se repartía entre siete machos y se lo montaba con ellos un total de 84 veces en ocho días. ¿Por qué son tan guarras?” Esta es solo una de las supuestas cartas que llegan al peculiar Consultorio sexual para todas las especies de la bióloga británica Olivia Judson, un ensayo que desmenuza la biología evolutiva del sexo dejando que, uno a uno, diferentes animales den rienda suelta a sus preocupaciones y deseos. De su boyante sexualidad, Judson llega a una conclusión: la monogamia es “el fenómeno más raro y aberrante”.
El espectáculo sexual en el reino animal no puede ser más variopinto: una tortuga hace gala de su promiscuidad intentado montar a buceadores, perros y vacas copulando con individuos de su mismo sexo, ácaros que se inician en la sexualidad a los dos minutos de nacer, macacos hembra que provocan al macho con conductas lascivas y lésbicas, la pederastia de algunos topos y un par de aves hembra que han resuelto el espinoso asunto de la maternidad lésbica compartiendo macho para engendrar y nido para criar a su prole…
Las prácticas sexuales de los animales desbordan la imaginación humana. “Cualquier cosa imaginada por nosotros es superada en alguna parte. Y hacen muchas cosas con las que nosotros ni siquiera soñamos”, ratifica el zoólogo Robert Wallace, profesor de Ecología del Comportamiento en la Universidad Estatal de Florida.
De todos, los hallazgos que más acaparan la atención de los científicos son la competencia entre espermatozoides y la ingenuidad de Darwin al creer en la fidelidad de las hembras. “¡Hasta en los roedores con conducta monógama se han observado cruces de parejas!”, señala la doctora Mara Dierssen, neurobióloga del Centro de Regulación Genómica de Barcelona.
“La monogamia”, dice, “implica la elección de una pareja estable, pero no quiere decir que no se produzcan encuentros sexuales con otras parejas. Los roedores monógamos prefieren compartir el nido con una pareja de por vida, pero solo una fracción pequeña, del 3 al 5%, pasa la vida apareándose únicamente con la misma pareja”.
Estrategias para procrear
Desde el punto de vista evolutivo, el diseño de estrategias de cada especie para maximizar su éxito reproductivo y proteger a las crías pasa por la promiscuidad en machos y hembras. Frente a la afición de la comadreja macho por las jovencitas, llama la atención, por ejemplo, la tendencia del chimpancé a buscar una hembra madura, avezada como madre y con un excelente estatus social. Ambos casos son estrategias reproductivas.
Muestras como estas podrían hacer suponer que las hembras tienen un papel pasivo en la reproducción sexual. Nada más lejos de la realidad. El descubrimiento de la promiscuidad femenina y su repertorio de estratagemas para determinar qué espermatozoides la fecundarán constituyó un hito para la Biología.
En muchas especies, las damas de vida alegre se aparean con exuberante frecuencia para conseguir una descendencia más sana y abundante que las hembras recatadas. En algunos casos, como el del saltamontes común, ofrecen sexo a cambio de comida. La hembra copula hasta con 24 machos distintos.
La blanca verdinervada, una mariposa del prado, busca amantes vírgenes que le obsequian con un paquete de esperma que supone un 15% del peso del insecto y que contiene, además de espermatozoides, nutrientes. Pone huevos más grandes y vive más tiempo que sus compañeras más fieles. Si los machos vírgenes escasean, su promiscuidad es todavía mayor, ya que debe copular con muchos más para obtener idéntica recompensa.
Las hembras de la mosca de ojos pedunculados buscan machos con pedúnculos largos (un reclamo sexual similar al de las colas grandes), porque así es mayor la posibilidad de que sus hijos serán también sexualmente más atractivos.
Más por conveniencia que por placer, es verdad que abundan las hembras lascivas en todas las especies, desde el carbonero lapón, un diminuto pájaro que pide sexo continuamente, a los gallitos de agua bronceados; pero también lo son algunos machos: el león marino y el lujurioso elefante africano, sobre todo en sus primeros años. En su evolución, el macho ha encontrado sus particulares “cinturones de castidad” para controlar y doblegar a la hembra. El fluido seminal de la mosca doméstica contiene una decena de proteínas activas, alguna de las cuales se funde con los receptores del cerebro para atenuar su deseo sexual. Como dice el etólogo británico Tim Birkhead en su ensayo Promiscuidad: “La batalla entre los sexos es un columpio evolutivo: sutil, refinado e inevitable.”
Entre tanto desliz, cabe preguntarse si no hay ningún bicho de fiar, y es de agradecer que al menos unos pocos levanten la mano, aunque sus razones sean, de nuevo, de tipo práctico con vistas a la reproducción y la supervivencia. Antes se creía que más del 90% de las aves eran monógamas, al menos durante el tiempo de cría. Tuvieron que llegar las últimas técnicas genéticas para delatar la infidelidad de casi todas ellas.
También cayeron el 97 % de los mamíferos y un altísimo porcentaje de otras especies. El ser humano se salvó, pero con matices. Y hoy es noticia la fidelidad. El zopilote, la grajilla, el pingüino de barbijo, el ratón de campo de California y el búho chico parece que disfrutan de una buena reputación.
Aun así, “son pocos los estudios que hayan analizado más de una época de cría o suficientes familias”, afirma la bióloga Olivia Judson. Una investigación más certera podría cambiar el veredicto.
La extinción de la fidelidad
Lo que ella llama la “teoría de la Buena Esposa” es una argucia de la hembra para no perder al macho en el cuidado de la prole. Pero no basta para explicar la monogamia. De hecho, el antílope dik dik de Kirk, monógamo, ni ayuda a su pareja, ni detecta los peligros. El lémur enano de cola gorda es infiel, aunque coopera como padre.
Para que subsista, la fidelidad ha de beneficiar a ambos: la pareja debe tener más descendencia que otros individuos con menos recato. La neurobióloga Mara Dierssen arguye también razones hormonales.
Dice Judson que: “Para la mayoría de las especies, los anillos de boda están hechos del oro de los necios; el amor auténtico y verdadero es un bien raro y preciado que nace de la confluencia de extrañas fuerzas biológicas”. Y la prueba más palpable es el ser humano.