A veces, bailar (o copular) con la más fea podría salvarnos el pellejo e incluso garantizar una prole recia a los humanos. Así lo hizo Latrodectus hesperus, un macho de viuda negra, cuando se vio acorralado por un grupo de exuberantes damas de su misma especie. Sospechó que las más esbeltas en realidad no eran más que famélicas apuntando contra su vida y optó por copular con la de las curvas, la única con aspecto de sentirse plenamente satisfecha.

En esa tesitura le encontraron científicos de la Universidad Estatal de Arizona que andaban preguntándose por qué los machos de esta especie se dejan cegar por la pasión sabiendo que serán devorados después del coito. Y entendieron por fin que la mala reputación de la viuda negra se debe a una necesidad tan vital como el comer, que las delata por medio de unas señales químicas que dejan en la tela que tejen.

El kamasutra fue inventado por los animales

Los humanos, tan duchos a la hora de etiquetar, llamamos parejas tóxicas a estos amantes que nos arrastran por el camino de la perdición. No hemos encontrado, sin embargo, el modo de detectarlas a tiempo y salir huyendo.

Es verdad, hemos dado nombre a todas las posturas, comportamientos y prácticas sexuales imaginables, como si fuésemos sus creadores. Pero, como dice el zoólogo Robert Wallace en su libro Cómo lo hacen ellos: “Cualquier cosa que el humano quizá ni siquiera ha soñado aún ya existe en el reino animal”. La sexóloga Pilar Cristóbal, autora de un curioso ensayo, También los jabalíes se besan en la boca, y otras curiosidades sexuales del reino animal, ratifica sus palabras: “Desde las más ardorosas historias de amor hasta amantes que gozan en la sumisión, todo lo que se nos ocurra, y más, los animales ya lo practicaban, superándonos en cantidad y calidad”.

Tan procaz es la obscenidad de los bonobos que se evita exhibirlos en zoológicos

Si el sexo nos iguala a casi todas las criaturas, ¿qué consejos mundanos podríamos tomar del reino animal para mejorar nuestra sexualidad? “En primer lugar”, explica Cristóbal, “deberíamos aprender a liberarnos de muchos complejos paralizantes y a eliminar guerras de celos y violencias de género. Y para ello, sin duda, nuestros mejores mentores serían los bonobos”. Sus costumbres sexuales no reservan nada para la fantasía: orgías, sexo homosexual, coito genital cara a cara, masturbaciones entre machos, besos con lengua, sexo oral, prostitución, sexo tántrico, etc. ¿A alguien le suena? Si es así, no hay razón para culparse. Puestos a elegir, mejor sentirse más cerca, sexualmente hablando, de los bonobos que del resto de los mamíferos, casi todos con un sexo harto aburrido y tacaño.

Tu mayor órgano sexual

En sus investigaciones, los científicos han topado también con cretinos y picaflores de uno y otro sexo. Pilar Cristóbal recuerda el caso de una hembra gorila que, mientras el macho hacía gala del control que ejercía sobre su harén, flirteó con un vecino. Sorprendida por “su” macho, no dudó en fingir una violación con tal de salvarse de su furia.

Nephila pilipes es una araña despampanante, tan colmada de atenciones que sufre con agobio los continuos abusos de sus pretendientes machos, unas diminutas criaturas que compiten entre sí con verdadera exasperación. Rompen si es necesario su órgano sexual con tal de mantenerlo durante más tiempo en el interior de la hembra a quien llegan incluso a forzar.

En el reino animal abundan las exhibiciones de sexo violento. Los leones marinos son capaces de despedazar a la hembra en su pugna por atraerla a su harén, según la consigna desgraciadamente popular: “Si no es mía, de nadie”.

Así las cosas, esta ha tenido que desarrollar su propio sistema de protección, según descubrió un equipo de científicos del Museo Smithsonian de Historia Natural, en Washington, basado en unos tapones sólidos en los genitales que impiden relaciones no deseadas. La tortuga, si no desea aparearse, practica lo que se conoce como “huelga de piernas cerradas”. Bastante más rústica, la hembra del delfín atiza a su pretendiente un golpe seco en la cabeza o el pene.

Pero unos tienen la fama y otros cardan la lana, porque si hablamos de promiscuidad, un estudio de 180 especies de pájaros cantores, a los que la ciencia presuponía monógamos, descubrió que apenas el 10% lo era.

La observación de los animales sirve para desestimar definitivamente ciertas teorías. Es el caso de la homosexualidad, que se repite en unas 1.500 especies: ciervos, elefantes, insectos, jirafas, orcas, búfalos, albatros, gansos, cabras.

Pero si en algo no puede igualar ningún animal al ser humano, es en su capacidad de despertar sentimientos en otros. Por muy animales que seamos en la cama, el cerebro no dejará de ser nuestro principal órgano sexual.

El macho babosa

Su pene tiene una longitud similar a la del cuerpo, por lo que más le vale que escoja una pareja de su tamaño, pues corre el riesgo de quedar atrapado durante la cópula y que su pareja se lo arranque de un mordisco, quedándose entonces sólo en hembra.

La postura de la mantis religiosa

Si está en cautiverio, sujeta con fuerza a su amante contra su tórax y lo devora. Empieza por los ojos y reserva para el final sus órganos sexuales. En libertad, puede huir e incluso comparte mesa y mantel.

Telesexo percebeiro

Gracias a su esplendoroso y flexible pene, que casi duplica su tamaño, mantiene una actividad sexual envidiable. Como no siempre llega hasta los cirros de la hembra, expulsa su esperma a las corrientes, con la esperanza de que otro en alta mar lo capture.

Hay que ser muy rana (venenosa)

Cuando el macho abraza a la hembra, ella se estimula y expulsa huevos. El macho libera espermatozoides y ocurre la fertilización de modo externo.

El pez pescador, o apénas un apéndice

El macho, incapaz de vivir independiente, se adhiere a la hembra y su boca se fusiona con ella. Y en esto se queda el pobre: en simples gónadas emisoras de semen.

Las lombrices tienen noches muy locas

Estos invertebrados se aparean por la noche durante dos o tres horas, con los extremos de sus cuerpos en sentido inverso, y dispuestos a practicar 69 formas de pasarlo bien.