Fue amor a primera vista. Laurel Braitman y su marido deseaban completar la familia con una mascota, y Oliver, un boyero de Berna de cuatro años, era el candidato perfecto. Los primeros meses todo fue muy bien; hasta que, de repente, el perro empezó a mostrar comportamientos fuera de lo normal: mataba moscas invisibles con la cola, se la intentaba coger con la boca hasta que se la destrozó haciéndose heridas y un día que lo dejaron solo en casa unas horas, atravesó el cristal de la ventana y cayó desde un tercer piso. Así fue como su dueña, una historiadora de la ciencia del MIT estadounidense, comenzó a interesarse por la existencia de trastornos mentales en animales, y del resultado de sus pesquisas nació Animal Madness (Locura animal), cuya versión en castellano publicará en nuestro país Ediciones Urano en febrero.

Declaración de consciencia animal
En este libro, Braitman explica que de un tiempo a esta parte los científicos han descubierto que las urracas y los elefantes se reconocen a sí mismos en un espejo, lo que podría ser interpretado como un símbolo de autoconsciencia. Además, también se ha comprobado que las ratas emiten una especie de risa, que los cangrejos y las langostas sienten dolor y que los delfines y los loros muestran señales de duelo y tristeza. Todo esto llevó a un grupo de investigadores relacionados con el mundo animal a firmar la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia en animales humanos y no humanos, en el verano de 2012. En esta se afirmaba que los mamíferos, pájaros y otros animales como los pulpos muestran indicios de consciencia, y con toda probabilidad, emociones y autoconocimiento. Entonces, ¿podría ser cierto que sufren estrés, ansiedad y otras enfermedades mentales típicamente humanas?

Vivir cautivos
Vint Virga es un experto en comportamiento animal que asesora a zoos de todo el mundo. En un artículo reciente en The New York Times, aseguraba: “He tratado a leopardos con depresión grave, un oso pardo con trastorno obsesivo compulsivo y una jirafa con fobia a los flashes de las cámaras”. ¿Es posible?

“Que un animal haga algo o tenga una sintomatología parecida a la que tendría un ser humano no significa necesariamente que padezca ese trastorno. Hay animales que se comportan como si estuvieran deprimidos: están apáticos, pierden las ganas  de jugar, etc. Pero a nivel cerebral no está comprobado que sus procesos cognitivos sean como los humanos”, dice Federico Guillén, etólogo y profesor de la Facultad de Veterinaria de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia.

Entonces, ¿cuál es el origen de estos comportamientos?

“Cuando hablamos de problemas mentales o comportamientos fuera de lo normal en animales, lo primero que debemos pensar es que en la mayoría de los casos se trata de sujetos que han sido sacados de su medio natural y obligados por el ser humano a vivir en unas condiciones que no son las suyas”, sigue Guillén.

Y es que los animales, incluso aquellos que llevan siglos domesticados, están adaptados para utilizar una serie de recursos en su entorno natural, con total libertad, de manera que satisfacen sus necesidades básicas y sobreviven. Nosotros los sacamos de su hábitat y les imponemos unas condiciones muy distintas. Y ahí empiezan los problemas.

“Cualquier sistema biológico tiene una serie de necesidades básicas, como ingerir alimento, sentirse seguro y hacer ejercicio físico, que, al no cubrirse, derivan en graves trastornos físicos y también psíquicos”, concluye Guillén.

Aunque esto es lo que está detrás de la mayoría de los problemas de comportamiento en animales, también hay una pequeña proporción de casos en los que hay causas fisiológicas más directas, como la presencia de un tumor en la corteza cerebral, que provocan estos comportamientos.

Un oso neurótico

A principios de 2013, un oso polar que vivía en el Zoo de Central Park saltó a la primera plana de los medios locales. Hablaban de él como un perfecto neoyorquino por la sencilla razón de que se había mimetizado con el resto de los habitantes de la ciudad y se había convertido en un “oso polar neurótico”. La razón de esta afirmación es que nadaba de una forma obsesiva doce horas seguidas haciendo ochos. Gus murió en agosto de ese mismo año tras descubrirle un tumor y practicarle la eutanasia.

“En este caso, el tumor no tiene por qué tener nada que ver con su comportamiento. Lo que se ha interpretado como neurosis es lo que se llama un trazado de ruta. Es un comportamiento estereotipado en animales que están alojados en recintos no demasiado grandes y que están adaptados a moverse mucho en su entorno natural. Así que, cuando están en cautividad, hacen círculos en el espacio que les han dejado para vivir y van reduciendo dicho espacio hasta quedarse en un mismo punto balanceándose horas y horas. La razón es que este tipo de movimiento les provoca la secreción de endorfinas y les hace sentirse bien”, asegura Guillén.

El tratamiento en la prensa del caso de Gus es una muestra más de lo que nos alertan los expertos en esta materia: nuestro antropocentrismo. “Los animales pueden o no ser respetados, pero el criterio para hacerlo no debería ser si tienen la fortuna de parecerse a nosotros o no. No cabe duda de que se estresan, pero asumir que poseen pensamientos sobre el pasado y el futuro, y menos aún sobre sí mismos, y atribuirles emociones humanas no parece que, por el momento, esté justificado”, apunta Fernando Colmenares, catedrático de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid. Pero ¿qué hacer para evitar los males de Gus y compañía?

Psicólogos en el Zoo

“La respuesta son los programas de enriquecimiento ambiental. Desde 2003 hay una ley que obliga a proporcionar a cada una de las especies un enriquecimiento ambiental de sus instalaciones y recintos para mejorar su entorno, su estado físico y mental. También indica que debe disponer del personal necesario para plantear soluciones a los posibles problemas que vayan surgiendo, aunque desafortuadamente no menciona que deben ser técnicos especializados en enriquecimiento ambiental quienes lo hagan. El objetivo debería ser crear un hábitat que facilite a estas especies cubrir sus necesidades básicas cuando quieran. De manera que funcionarán mejor como sistemas biológicos y se evitarán las situaciones de estrés que provocan los problemas. Sin embargo, esto a menudo no se cumple”, denuncia Guillén. Aunque, donde más animales “descontrolados” se detecta es en los hogares.

Mi perro toma ansiolíticos

“El 95% de los perros tiene problemas de comportamiento, pero solo el 5% acude a un experto”, asegura Borja Capponi, el “encantador de perros” español.  Y muchos de ellos, como el Oliver de Braitman, parecen deprimidos y tienen comportamientos extraños cuando sus dueños los dejan solos en casa.

“Los perros, en realidad, son lobos domesticados, que viven en manada y establecen fuertes vínculos con los demás miembros de la misma, los seres humanos con los que conviven. Hay muchos perros que establecen esa unión con sus propietarios, y cuando esta se rompe (el dueño se va), empiezan los problemas. El perro no sabe que volverá, así que se va poniendo nervioso. Se conoce como ansiedad por separación”, explica Guillén.

Para solucionarlo, hay que acabar con lo que genera la ansiedad. Y para ello utilizan una técnica que también se usa con el ser humano y que se denomina desensibilización sistemática. Algo así como la adaptación de los niños en la escuela. Primero el dueño se va un rato, y después va alargando los tiempos.  

“Algo que ayuda es darles un fármaco, el Clomicalm, que en los humanos se usa como antidepresivo y que en el caso de los perros tiene efecto ansiolítico” termina Guillén.

Así que, en definitiva, la solución a la “locura animal” pasa por conocer las necesidades de los seres vivos que nos rodean y respetarlas. Así de simple.

¡Fotos no!

El doctor Vint Virga trató a una jirafa que tenía fobia a los flashes de las cámaras de los visitantes al zoo. Su simple presencia le producía una gran ansiedad.

¿Intento de suicidio?

Oliver se tiró desde un tercer piso cuando sus dueños no estaban en casa. ¿La razón? Un grave estado de ansiedad.

El mal de los héroes

Hay casos documentados de estrés postraumático en perros que colaboraron en el rescate del 11S y en el desastre del Katrina. Gunner, un can detector de bombas en Afganistán, tuvo que ser tratado a su vuelta.

Amigos para siempre

Una cabra llamada Mr. G mostró síntomas de depresión cuando la separaron de Jellybean, un burro con el que había convivido desde que nació en el Animal Place Sanctuary de Grass Valley (California).

Dolor de madre

Gana pululó durante cinco días con su bebé muerto en brazos, en el Zoo de la ciudad alemana de Münster, donde vivía. La actitud de esta gorila demuestra, según algunos expertos, que los animales tienen emociones similares a las humanas.

Un neoyorquino más

Gus, el oso polar del Zoo de Central Park, fue tachado de neurótico por pasarse varias horas nadando haciendo ochos. Le practicaron la eutanasia en el verano de 2013 a causa de un tumor cerebral.

Tics faciales

En Animal Madness, Lauren Braitman cuenta la historia de Sunita, una tigresa que fue rescatada de una finca particular donde había sido maltratada y registraba un alto estado de ansiedad y tics faciales.

Apatía y desgana

Este panda rojo llamado Sha-Lei fue tratado en el Zoo de Pensilvania por sus dificultades para adaptarse a su nuevo hábitat.

Depresión

Este burro fue tratado por el doctor Vinga, experto en psicología animal, de una grave depresión al llegar al Zoo de Providence.

Fobia al médico

Action es una foca común que vive en un zoo de California y ha desarrollado una fobia a las pruebas médicas que le hacen los veterinarios.