En una encuesta a universitarios estadounidenses, el 48% de los consultados afirmó que las plantas no son seres vivos. Total, no se mueven, simplemente están, y no siempre las vemos. El término “ceguera de plantas”, acuñado por dos profesores de botánica, expresa la poca atención que prestamos al 99,9% de la biomasa del planeta. Una especie de desprecio histórico que también lleva a su desconocimiento. Para abrirnos los ojos, los investigadores Stefano Mancuso y Alessandra Viola, del Laboratorio Internacional de Neurobiología de Plantas, en Florencia (Italia), acaban de publicar el libro Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal. En él nos recuerdan que las 2.000 toneladas del árbol Sequoyadendrum giganteum lo convierten en el mayor organismo del planeta –una respuesta que a la mayoría nos habría hecho perder un quesito del Trivial–. Pero sobre todo, explican la fascinante diversidad de capacidades y estrategias generadas entre la hoja y las raíces. Todas dirigidas a sobrevivir cuando no puedes moverte del lugar al que te ancló tu semilla.
Las carnívoras surgieron en zonas pantanosas sin casi nitrógeno, que tuvieron que buscar en los insectos
“Cada día sabemos más sobre su asombrosa capacidad de percibir y relacionarse con toda la vida que las rodea”, confirma Luis Sampedro, de la Misión Biológica de Galicia (MBG-CSIC). Y nos explica el lenguaje cifrado en un sistema de olores demasiado complejo para el mediocre olfato humano: “El aroma de un bosque es un sistema activo plagado de mensajes que despiertan el interés de unos y otros”. Las aves insectívoras identifican los cambios en el perfume de aquellas plantas que han sido atacadas por insectos y se dirigen a ellas como a un banquete. Y el costoso proceso de destilar esas misivas resulta agilísimo. En cuestión de horas, las hojas en las que un enemigo haya puesto sus huevos ya lanzan volátiles de auxilio a la atmósfera. En otras ramas, y en plantas vecinas, las recibirán de inmediato. Pero esto es solamente el comienzo de la historia. A continuación te presentamos un ramillete de asombrosos ejemplos con los que Mancuso y Viola nos acercan al mundo verde que nos rodea.
Cambio techo por limpieza de pared
El interior de esos hermosos cuencos de las insectívoras Nepenthes es una de las superficies más lisas de la naturaleza. Tanto, que los insectos que caen en ellas atraídos por un embriagador olor resbalan sin cesar cuando intentan escapar y mueren ahogados en un líquido digestivo que, literalmente, los hace puré. Pero la orquídea no tiene medios para mantener sus paredes impolutas. Por eso, le viene de perlas que las hormigas Camponotus estén dispuestas a ejercer de chicas de la limpieza a cambio de refugio en sus bordes y de algunos de los artrópodos que caen en sus trampas.
Les gusta la música y dicen ‘clic’
Un buen concierto puede lograr uvas más tempranas y sabrosas con menos insecticida, porque las vibraciones sonoras alteran la expresión de los genes de la vid, según un experimento reciente. Los receptores de vibración de los vegetales les permiten “escuchar” con todo el cuerpo, y se ha visto que las frecuencias bajas favorecen el crecimiento y las altas lo inhiben. Y además, las raíces emiten “clics” sonoros. Se cree que producidos por la ruptura en la pared de la célula cuando esta crece.
Cuando uno no puede trasladarse, necesita recaderos para todo tipo de funciones: de la defensa a la reproducción. Para pagarles, la planta invierte una gran cantidad de recursos en elaborar el azucarado néctar. A cambio, se permite, por ejemplo, impregnarles del polen que quiere que se lleven. Eso sí, a flores de la misma especie. Y no sabemos cómo, han logrado crear en los insectos la llamada fidelidad libadora, que les lleva a visitar durante todo el día únicamente flores de la primera especie de la que se han alimentado por la mañana.
Llamada con perfume de socorro
En cuanto las hojas de la judía de Lima (Phaseolus lunatus) se ven atacadas por los ácaros Tetranychus urticae, emiten unos compuestos volátiles que atraen irresistiblemente a otro tipo de ácaro, Phytoseiulus permisilis, para el que ese olor significa “¡comida!”. En cuanto lo percibe, se dirige al lugar dispuesto a zamparse a los atacantes.
Esta capacidad de avisar a los enemigos de sus depredadores se está aprovechando en agricultura para reducir la cantidad de pesticidas en los cultivos.
Las hay sinceras y muy tramposas
La honradez y el éxito no siempre van de la mano. Al altramuz le funciona ir avisando a las abejas de las flores ya visitadas tiñendo estas de azul. En el otro extremo, la orquídea Ophrys apifera apuesta por el engaño manifiesto: imita perfectamente a la hembra de los abejorros que la polinizan. Su aspecto, una suave pelusa y un cóctel de feromonas irresistible atraen al macho que cree estar fecundando a su chica y se reboza en el polen de la planta. A los pocos minutos vuelve a caer en las redes de otra flor, donde lo deposita sin saberlo.
El glucógeno es una sustancia típicamente animal. Pero la Acacia cornigera aprendió a producirlo en un original néctar que no segrega en sus flores, sino en la base de sus hojas. Se cree que como receta destinada a unos huéspedes que habitan en sus espinas huecas y a los cuales le merece la pena tener contentos: las hormigas Pseudomyrmex ferruginea, descendientes de un linaje carnívoro, mantienen alejados a los hervíboros y a las trepadoras.
Centro de mando a la internet
Darwin dijo que “el extremo de la raíz actúa como el cerebro de uno de los animales inferiores”. Hoy sabemos que una zona de solo 1 mm de ese ápice radical presenta la mayor concentración de oxígeno de la planta, y en ella se detectan señales eléctricas similares a las de nuestras neuronas cuando se comunican entre ellas. Pero una planta pequeña, como el centeno, tiene 11,5 millones de ápices que trabajan con un sistema de inteligencia colectiva similar al de internet. Aunque se cercenara el 90% del mismo, seguiría manteniendo sus funciones básicas, porque está diseñada para sobrevivir a los ataques de depredadores.
Pero se mueven (más de lo que crees)
Basta observar una de estas semillas de la forrajera Erodium cicutarium introduciéndose en la tierra como un sacacorchos autónomo, para desterrar la idea de que los vegetales son estáticos. Es cierto que sus ritmos suelen ser más lentos que los nuestros, y por eso no registramos sus cambios con facilidad, pero las enredaderas buscan sujeciones a las que asirse, las flores se abren y cierran, en muchos casos para dormir, la mimosa pliega sus hojas ante un roce y aprende al cabo de un rato a no hacerlo si el estímulo no es peligroso. Y el extremo de una raíz asciende por un plano inclinado con el mismo movimiento que un gusano.
Por qué iba una planta a comer animales? La respuesta está en los ambientes húmedos y pantanosos del trópico, donde la falta de nitrógeno obligó a sus verdes habitantes a buscar este nutriente esencial en otro lado. Lo encontraron volando cerca y tuvieron que desarrollar trampas para atraerlo. Las Drosera apostaron por las hojas llenas de filamentos olorosos y pegajosos en las que los propios movimientos de la presa desencadenan el plegado de la hoja sobre ellos, antes de liberar enzimas digestivas que les permitirán absorberlos.
Todo el entorno de la raíz está plagado de formas de vida (microorganismos, hongos, bacterias, insectos) con los que hay que entenderse. Algunos llegan con intención de intercambiar fósforo o nitrógeno por azúcar, pero otros pretenden una invasión agresiva. La comunicación entre las partes se desarrolla en forma de señales químicas. Y ya hemos conseguido descifrar los elementos del santo y seña, conocido como factor Nod, que las raíces requieren a cualquier bacteria que pretenda introducirse en ellas para identificar sus intenciones.
No solo hacia la luz. Además de detectar esta y crecer hacia ella, las plantas reaccionan al campo gravitatorio de la Tierra. Unos orgánulos de las células llamados estatolitos responden a esta y se encargan de que las semillas germinen hacia la superficie y las raíces se hundan en el suelo. Incluso si durante un tiempo se las obliga a ir hacia otro lado, como en el Bosque Curvado de Polonia, cuya causa se desconoce. Además, los vegetales también reaccionan a las gradaciones en la cantidad de nutrientes de los suelos.