Aunque la Ciencia del amor está aún en su infancia, los científicos, desde diferentes áreas, empiezan a tener las primeras ideas sobre la naturaleza y el origen del amor. Pero es gracias a los avances técnicos de la neuroimagen en la última década por lo que hoy conocemos gran parte de los circuitos cerebrales, estructuras neuronales y neurotrasmisores que provocan que caigamos presos de un ‘querubín con aspecto inocente’ y nos enamoremos.

¿Qué ocurre por nuestro cerebro cuándo nos enamoramos?

Son muchos los estudios que se han publicado sobre toda la física y química que esconde la palabra amor. Algunos, ponen al descubierto la importancia de algunas partes de nuestro cerebro en el ‘juego del amor’, como es el caso de nuestro hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens o el área tegmental frontal.

También los estudios se refieren a la clara base neurológica que tienen el amor y la fidelidad, donde neurotransmisores como la adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina o vasopresina son fundamentales a la hora de intentar comprender la razón por la que nos enamoramos. Los estudios demuestran que la primera vez que nos enamoramos, los niveles de serotonina se desploman y los centros de recompensa del cerebro se inundan de dopamina. El efecto es similar al de una droga altamente adictiva. Crea fuertes vínculos en nuestras mentes entre el placer y el objeto de nuestro deseo. En el caso de hormonas como la oxitocina y la vasopresina, nos ayudan a dar el paso adelante y parecen ser cruciales para la formación de relaciones a largo plazo. Las parejas que han estado juntos durante varios años muestran una mayor actividad cerebral asociada a estos productos químicos cuando miran fotografías de su pareja. La oxitocina se produce cuando las parejas tienen relaciones sexuales y se tocan, se besan y se dan masajes el uno al otro. Es la hormona que nos hace depositar nuestra confianza, nos ayuda a superar el «miedo social» y resulta indispensable e importante para la unión.

Te amo con todo mi cerebro

Según explica el Dr. Jesús Porta-Etessam, Director del Área de Cultura de la SEN, «Algunos de los trabajos más recientes han sido realizados por la Dra. Stephanie Ortigue, quien estimó que hasta 12 áreas de cerebro humano están involucradas en el sentimiento del amor«.

Además, la Dra. Stephanie Ortigue considera que tan solo tardamos medio segundo en enamorarnos -el tiempo que necesita nuestro cerebro para poder liberar las moléculas neurotrasmisoras que generan las distintas respuestas emocionales-. También, que el sentimiento amoroso provoca alteraciones neuronales en áreas del cerebro relacionadas con la percepción, lo que puede explicar el hecho de que las personas enamoradas encuentren a su pareja mucho más especial que el resto.

Por su parte, el análisis de los escáneres cerebrales de aquellas personas que están enamoradas coinciden con el viejo adagio «el amor es ciego». Es completamente cierto. Mientras que las áreas de recompensa de dopamina están entusiasmados en el amor, las regiones relacionadas con las emociones negativas y juicio crítico están completamente apagadas. Según Fisher, la actividad neuronal es diferente según si se trata de apego, amor o deseo sexual, por lo que nuestro cerebro no se activa de la misma forma en las relaciones ‘serias’ o duraderas que en las primeras etapas del enamoramiento.

Además aquí existe una clara diferencia entre hombres y mujeres: «“Mientras que los hombres, cuando se enamoran, parecen tener una mayor actividad en la región cerebral asociada a los estímulos visuales, en las mujeres se activan más las áreas asociadas a la memoria”, señala el Dr. Porta-Etessam. Según diferentes estudios, sea cual sea el origen y el propósito del amor romántico, las relaciones a largo plazo son sin duda importantes para hacernos sentir felices y plenos.

Amor y odio: realmente ligados

Según el Dr. Semir Zeki -quien recientemente estuvo por primera vez en España invitado por la SEN-y al que podemos considerar pionero en el estudio neurológico del amor. “Una de sus múltiples investigaciones al respecto, muestra que tanto el amor como el odio estimulan algunas de las mismas regiones cerebrales. Pero mientras el amor parece inhibir parte de las zonas donde se procesan las ideas racionales, el odio las hiperactiva”.

La emociones dolorosas se desarrollan cuando los centros de recompensa del cerebro, acostumbrados a un nivel de dopamina alto, no encuentran «su chute» necesario. Paradójicamente cuando llegue un «nuevo objeto de deseo» tenderemos a amar de nuevo con más fuerza. El pánico también se activa de forma similar a la ansiedad, ya que genera la separación de los mamíferos jóvenes que son abandonados por sus madres.

Entonces, es cuando el amor puede convertirse en ira y odio, ya que las regiones asociadas con la recompensa están estrechamente vinculadas a la rabia en el cerebro. Finalmente, cuando los amantes despechados se resignan a su suerte, a menudo entran en períodos prolongados de depresión y desesperación.

¿Qué nos rompe el corazón?

Por desgracia, no todo es vino y rosas cuando se trata de amor. El éxtasis, la euforia, el júbilo y la alegría, pueden ser acompañados por sentimientos tan negativos como celos, rabia, rechazo y odio.

El hecho de enamorarse puede haber evolucionado porque la mayoría de personas ha decidido centrar su atención en una persona ideal para ahorrar tiempo y energía. Esto hace además, que mejore sus posibilidades de supervivencia y reproducción. Desafortunadamente, esto también significa que las personas están predispuestas a sufrir terriblemente cuando son abandonadas por su compañero sentimental.

Redacción QUO