Ciertas situaciones vitales de agobio extremo, el sentimiento de no poder hacer frente a determinados acontecimientos y algunos trastornos mentales son algunas de las causas más frecuentes del suicidio. A ellas se ha sumado una extraña e inquietante relación entre la conducta suicida y la infección del parásito Toxoplasma gondii que defiende un artículo publicado en la revista The Journal of Clinical Psychiatry. Según un estudio en el que participaron 84 personas, la presencia de anticuerpos de este parásito está ligeramente relacionada con puntuaciones más altas en el cuestionario SUAS-S. Su diseño contiene veinte elementos con los que evaluar las señales y los síntomas relacionados con una actitud suicida.

“Investigaciones anteriores hallaron signos de inflamación en los cerebros de las víctimas de suicidio y de personas que luchaban contra la depresión, y hay informes previos que vinculan el Toxoplasma gondii a los intentos de suicidio. En nuestro estudio encontramos que si eres portador del parásito eres siete veces más propenso a intentar suicidarte”, ha afirmado la investigadora de la Michigan State University Lena Brundin, quien ha participado en la investigación.

El Toxoplasma gondii no es un parásito extraño ni desconocido. Al contrario. Es un viejo compañero de los amantes de los gatos. Estos animales son unos huéspedes preferentes del parásito y habitualmente son los responsables de su transmisión a los humanos a través de las heces. Aunque comer carne cruda o poco cocinada también puede desencadenar la transmisión. Lo que no cuadra es que la infección se considera irrelevante a no ser que se desencadene en mujeres embarazadas o en personas cuyos sistemas inmunológicos estén deprimidos.

“¿A través de qué mecanismos podría T. gondii inducir cambios emocionales y de comportamiento?”, se preguntan los autores del estudio en el artículo. No hay una respuesta clara, pero sí algunas pistas. Una vez que ha pasado un tiempo de la infección, el parásito ha colonizado el tejido muscular y ha llegado al cerebro, “incluso al cortex prefrontal y a la amígdala, que están implicados en la regulación emocional y del comportamiento”.

Otra posible explicación está relacionada con un par de genes del parásito que producen dopamina, un neurotransmisor que podría provocar un incremento de agresividad e impulsividad que favorezca la conducta suicida. También podría suceder que las personas con tendencias suicidas, por alguna razón desconocida, son más proclives a la infección del parásito.

El hecho es que se estima que hasta un tercio de la población mundial está infectada, y no acaba por suicidarse, debería ser suficiente para ser prudentes con las conclusiones del estudio. Los propios investigadores admiten en su artículo que la asociación entre la presencia de anticuerpos y resultados más altos en la escala SUAS-S “debería interpretarse con cautela”.

Su estudio se limitó a la observación de un grupo de 54 personas con intentos de suicidios a sus espaldas y de un segundo grupo de 30 que no habían mostrado este comportamiento. Al no haber diseñado experimentos ni haber estudiado la evolución temporal de la infección, los resultados de la investigación no permiten establecer una relación de causa-efecto científicamente válida.

Lo que está claro es si se confirmara la relación entre el parásito y la conducta suicida, que se propuso en 2009 por primera vez, las terapias para evitar el suicidio podrían ser más efectivas. El esfuerzo vale la pena a la luz de las cifras que la Organización Mundial de la Salud maneja sobre el tema: alrededor de 1 millón de personas se suicidaron en el 2000, mientras que la cifra de los intentos de suicidio alcanzó los 10 y los 20 millones.

Andrés Masa Negreira