Que la decoración de un lugar habla de sus habitantes lo demuestra una sencilla experiencia publicada en 2009 en la revista Journal of Environmental Psychology. En ella, la psicóloga Ann Devlin y su equipo enseñaron a 277 estudiantes fotos de la consulta de un terapeuta decorada de modo sobrio y funcional, tomadas desde la silla del hipotético paciente. Como era de esperar, las imágenes tenían truco, y de hecho se les mostraron varias escenas diferentes, en ninguna de las cuales aparecía el psicólogo. En unas, las paredes y la mesa carecían de aditamentos; en otras, podían verse algunos diplomas y títulos profesionales del terapeuta mezclados con fotos de la familia; y en otras también, pero la cantidad de recuerdos privados y títulos variaba. Lo siguiente fue preguntar a los participantes qué concepto tendrían del psicólogo que habían “visitado” virtualmente –a cada uno solo se le mostró un tipo de foto–.

El resultado era previsible, pero con algún detalle que no esperaban: los que vieron diplomas colgados no solamente pensaron que el profesional era mejor que el que tenía las paredes desnudas, sino que le consideraban más afable, comprensivo y acogedor. Y cuantos más títulos, mejor. Lo que no parecía importarles eran las fotos de familia, ni siquiera para aumentar o disminuir su percepción de esa afabilidad. Así que no siempre sabemos qué están diciendo de nosotros nuestras casas y oficinas. Quizá porque tampoco somos muy conscientes de cómo se habla ese lenguaje de la decoración.

Estudios con pacientes de alzhéimer están ayudando a dar con claves sobre la psicología del confort

Ese es el cometido de la psicología y la neurología desde hace pocos años. Hasta ahora, arquitectos y diseñadores sabían elegir bien las formas, los colores, la iluminación y la disposición de los elementos para crear tranquilidad, alegría, recogimiento o cualquier otra sensación acorde con el espacio que estaban acondicionando. Pero no sabían bien por qué cada cosa causa un efecto psicológico diferente.

La curva de la tranquilidad
En 2009, la doctora en Diseño y Entorno Humano de la Universidad Estatal de Oregon (EEUU) Sibel Seda Dazkir quiso saber el efecto concreto de las líneas rectas y curvas del mobiliario en el ánimo de los usuarios –véase la primera página de este reportaje–. Puso a varios estudiantes delante de seis habitaciones creadas con un software de interiorismo. En la primera habitación, todos los elementos, como brazos de sofás y butacas, alfombra y todo lo demás estaba diseñado a base de líneas rectas estrictamente. Y en la última, todo era curvo, incluso las esquinas y rincones. Entre medias, otras cuatro versiones de la habitación con mezcla de ambas características.

Cuando los “cobayas” describían sus sensaciones, hablaban de “felicidad, estimulación y relajación” cuanto más sinuosas eran las formas. De hecho, hasta sentían atracción por los objetos. En cambio, en presencia de líneas rectangulares, los participantes no mencionaban esos sentimientos nunca, sino que aplicaban palabras como “frialdad, hostilidad”, y pocas ganas de quedarse. Por eso son más rectos los muebles de los lugares públicos.

Aunque en casa también hay zonas semipúblicas. El diseñador de muebles Nikolas Piper cuenta a Quo que “la gente se preocupa mucho por las piezas que va a poner en el salón porque es lo que ve el vecino. Me encargan un mueble arriesgado y son todo inseguridades hasta que sus amigos vienen y les dicen que les gusta”, comenta. Porque el mobiliario es otro modo de comunicar la personalidad. Piper también habla de cómo los clientes con más personalidad decoran de modo “que trasluzca su pasado (con fotos, objetos personales) y sus deseos de futuro”, pero las de rasgos más convencionales tienen una estética más impersonal.

Es incómodo que el techo sea de un color más oscuro que el suelo, porque parece que se nos cae encima

Otra psicóloga que lleva tres décadas intentando averiguar de modo científico qué formas, colores, luces y distribuciones son más apropiadas para cada uso es la canadiense Jacqueline C. Vischer, fundadora del Grupo de Investigación sobre el Entorno de la facultad de Diseño del Entorno de Montreal. Su idea es que las construcciones se atengan a lo que el gremio investigador llama Evidence Based Design (EBD, o Diseño Basado en Pruebas). Vischer está tratando de crear un método por el cual, antes de comenzar un proyecto arquitectónico, se haga un estudio exhaustivo –con datos, estadísticas, medidas– de los futuros usuarios, sus necesidades, sus gustos, sus características sociales –edad, nivel adquisitivo medio…– para definir de antemano cómo será el diseño, la distribución y la decoración de los espacios.

Y todo ello, apoyado en otro acrónimo: POE, o Post Occupancy Evaluation (Evaluación Posterior a la Ocupación), es decir, estudios ya existentes de cómo se han comportado los inquilinos de los edificios, y qué fallos y virtudes han revelado otros proyectos que ya están construidos y en funcionamiento, “para aprender de la experiencia”, según cuenta ella misma en un artículo de la Design and Health Scientific Review.

Alzheimer, ese gran interiorista
El EBD y el POE se emplean ya en hospitales. Los buenos resultados sobre bienestar que se están cosechando especialmente en el campo del alzhéimer se siguen de cerca por la industria de la decoración para aplicarlos al ámbito doméstico. Por ejemplo, la confusión que sufre un enfermo de este tipo disminuye si los caminos que hay entre los lugares más habituales por los que se mueve están libres de obstáculos, y si las entradas y salidas están muy a la vista siempre.

En cuanto a la depresión, los pacientes la combaten mejor cuando los muebles son personalizados –no son iguales que los de otras habitaciones de hospital– y de diseño casero, no con aspecto industrial. También están más contentos si tienen fotos u objetos que les recuerden alegrías; pero, como su enfermedad les permite recordar mejor el pasado a largo plazo que el inmediato, es bueno poner a la vista fotos de momentos positivos de su vida. Y si se incluyen imágenes de eventos conocidos por todos –la llegada del hombre a la Luna–, eso fomenta la conversación entre pacientes.

Otro aspecto que los interioristas manejan pero que estas investigaciones están constatando, tiene que ver con la iluminación. La ira de los pacientes de esta enfermedad neurodegenerativa es mucho menor cuando la luz es continua y difusa en todos los puntos de la habitación; de nuevo, porque alegra el ambiente, pero también porque no genera sombras muy severas y definidas, que pueden producir sorpresa o miedo en los ocupantes de la habitación.

Si le preguntamos a profesionales del sector, como Marta Riopérez, directora de las revistas Nuevo Estilo, Elle Decor, Casa Diez y Micasa, encontramos que son parámetros de decoración manejados desde siempre. “La disposición de las piezas es más importante que los propios muebles o elementos. Un buen ejemplo está en que mucha gente está contratando interioristas para redecorar su casa con los mismos elementos. A veces, algo que estaba en una zona de paso cobra una especial relevancia colocándolo en el salón, por ejemplo; o cambiando el uso que se le daba”, cuenta a Quo. Riopérez no tiene dudas de que, aunque se atenga en parte a modas, la decoración doméstica responde todavía a criterios instintivos, casi ancestrales: “Nuestra casa es nuestra guarida, tenemos que sentir que la dominamos”.

Veleidades del color
Quizá los colores de las paredes y de los propios muebles son el caso más visible de los vaivenes de esas modas, pero aun así, cada uno tiene un significado casi universal, si hacemos caso a la última “biblia” en la materia, el libro Psicología del color, de Eva Heller. El subtítulo también es florido: Cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón. La psicóloga alemana se ha basado en multitud de estudios teóricos e históricos, pero ha añadido su propio trabajo de encuestar a 2.000 personas. Su principal conclusión es que los sentimientos de calma acerca del verde, por ejemplo, o de excitación y alegría respecto al rojo, son fruto de “experiencias universales profundamente enraizadas en nuestro lenguaje y nuestro pensamiento”, según escribe.

Algunos de sus hallazgos más interesantes son que cualquier tono despierta sentimientos negativos si su uso no es funcional. Es decir, a un amante del amarillo le repugnará un fresco de ese color sobre una pared blanca porque es difícil de distinguir. Otro efecto psicológico universal que menciona Heller es que los colores dan más sensación de lejanía cuanto más fríos son. Del mismo modo que es incómodo que el suelo sea claro y el techo oscuro, porque da sensación de que la pesadez de arriba acabará aplastando a la fragilidad de abajo.

Visto en clave cultural, un nórdico (país frío) ve en el rojo un color acogedor y amable, mientras que en los países cálidos lo asociamos con la excitación y la actividad. Quizá por eso la mancheta y la portada de Quo están bien decoradas con rojo. Por lo de las mentes inquietas.

Redacción QUO