Cae la noche y una silueta surge del paisaje escarpado del Pike National Forest, en las Montañas Rocosas de Colorado (EEUU). Su gesto relajado podría indicar que acaba de empezar su carrera, pero no es así: está de vuelta tras recorrer 80 kilómetros. Esta extraordinaria mujer es Diane Van Deren, ultramaratoniana estadounidense, y el secreto de su resistencia no reside en sus músculos, sino en su singular cerebro.Cuando era solo un bebé sufrió un acceso muy grave de fiebres altas, acompañadas de temblores y convulsiones durante casi una hora.

Aquel episodio le produjo ciertos daños cerebrales de los que no fue consciente hasta su adolescencia, cuando comenzó a sufrir ataques epilépticos. Pasó años medicándose para paliarlos, hasta que, después de su tercer embarazo, se volvieron más virulentos. Cuando los médicos examinaron su cerebro, encontraron que el origen estaba en una lesión muy localizada en el lóbulo temporal, de modo que, si se le extirpaba la zona, dejaría de sufrirlos. Le quitaron una porción de cerebro del tamaño de un kiwi, y así aunque se acabaron los ataques, también perdió su percepción del espacio y del tiempo; la capacidad de memorizar hechos, conversaciones y rostros, y la de organizar tareas simples.

Desde entonces, Diane utiliza Post-it para todo. Tiene que anotar desde dónde ha dejado su coche hasta las tareas más habituales, como recoger a su hija del colegio y a quién tiene que llamar. Su marido ha llenado las paredes de su casa de collages con fotos que la ayudan a recordar los mejores momentos de su vida, las vacaciones más entrañables, los cumpleaños de sus hijos y su aniversario de boda. Quienes conviven con ella han aprendido a tener que recordárselo todo y a que les repita las cosas una y otra vez, pero hacen hincapié en su carácter cariñoso y en lo amable que es con todo el mundo, aunque no recuerde sus nombres.

Su única referencia durante la marcha es el sonido de sus pies, que le marcan el ritmo

Diane se pierde con facilidad y es incapaz de calcular cuánto tiempo ha transcurrido desde que salió de casa. Por eso, en su bolso, además de los papelitos amarillos, hay piedras y palitos de madera que marcan el camino de vuelta a casa después de cada entrenamiento.
Ella ya corría antes de la intervención,pues había descubierto que cuando sentía los síntomas de la llegada de un ataque epiléptico la marcha los apaciguaba. Así que, cada vez que tenía el mínimo indicio, se echaba a la carretera. Sin embargo, desde que su cabeza “se reordenó”, su rendimiento es mucho mejor, ya que corre sin recordar cuánto tiempo lleva en ruta y sin hacer el menor caso a un destino final. Según ella misma ha confesado, su única referencia durante la marcha es el sonido de sus pies en el suelo marcándole el ritmo. Además, no siente dolor, por lo que no padece los síntomas físicos de cansancio. Pero es posible que se tropiece con algo por el camino, ya que su visión periférica también resultó dañada en su intervención.

Tal es su singularidad que en 2010 un equipo de investigadores de la Clínica Mayo la acompañó en su ascenso al Aconcagua para determinar qué sucede en el cuerpo de esta mujer que, con 50 años, es capaz de recorrer 482 kilómetros en ocho días, como hizo en la Yukon Arctic Ultra. En una cumbre como la argentina, el oxígeno disminuye hasta en un 40%, lo que genera grandes cambios fisiológicos en el organismo similares a los que ocurren cuando tenemos una insuficiencia cardíaca. Esa es la razón por la que el rendimiento físico debería disminuir. Sin embargo, en el caso de Diane el ritmo cardíaco y la presión arterial que se midieron estaban cerca de los de una persona de 20 años.

A pesar de los inconvenientes de su vida después de su operación neurológica, Diane hace un claro balance positivo y dice no haberse arrepentido nunca de la decisión tomada. 
Lejos de ese sentimiento, le gusta repetir: “Mis piernas son como palabras: cada vez que gano una carrera demuestro que todas las tragedias se pueden superar”.

Redacción QUO