No huele, es invisible y sus efectos solo se ven a largo plazo. Sin embargo, el gas radón es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la segunda causa de muerte por cáncer de pulmón y el responsable de entre el 3 y el 14% de este tipo de cánceres en todo el mundo. En España, muchas casas acumulan este peligro latente en sus sótanos sin que sus inquilinos lo sospechen. Científicos españoles han diseñado el primer mapa de riesgos de la península y llevan años tratando de tomar medidas preventivas desde que el caso Watras puso el radón en el banquillo de los acusados.

En diciembre de 1984, el ingeniero Stanley Watras trabajaba en la construcción de la central nuclear de Limerick, en Pensilvania (EEUU). Unos meses antes, él y su mujer, embarazada de su segundo hijo, se habían mudado a una nueva casa cerca de la central. En aquella época su tarea se centraba en la puesta a punto de la unidad 2 de la planta, pero los fines de semana entraba en el reactor 1 para hacer labores de mantenimiento. A las 9.30 del domingo 2 de diciembre saltaron las alarmas del control de radiación. “La sirena empezó a sonar y se encendieron todas las luces rojas”, recuerda Watras. “Mi cuerpo entero estaba contaminado, de los pies a la cabeza.”

Durante los siguientes días, Watras siguió yendo a trabajar a la central y las alarmas saltaban siempre, mientras el personal de seguridad trataba de averiguar cuál era la fuente de aquella radiación. Ninguno de los elementos con los que trabajaba el ingeniero tenía aquellos niveles de radiactividad, y aún no había combustible nuclear en el reactor; algo no cuadraba. Hasta que alguien se dio cuenta de que Watras no disparaba las alarmas al salir del reactor, sino al entrar desde el exterior.

La cantidad de gas acumulado en el hogar de Stanley Watras era tal que sus riesgos en la salud eran similares a fumar 2.700 cigarrillos por día. Más de 100 por hora

Los indicios llevaron a los especialistas hasta la casa de Watras: sus contadores Geiger daban un valor diez veces por encima de la radiación permitida en la central; incluso las muestras de aire tuvieron que ser rebajadas para que los aparatos pudieran funcionar. La fuente de contaminación era la casa y la increíble acumulación de gas radón que había en su interior: hasta 100.000 becquerelios por metro cúbico (Bq/m3) de aire, un riesgo para la salud similar a fumar 135 paquetes de tabaco al día.

Lo que le ocurrió a Stanley Watras puso el foco sobre el problema de la acumulación de este gas que se origina por la desintegración del radio y del uranio, presentes en los suelos, y emana hasta la superficie y el interior de las viviendas.
“El caso de Watras fue el típico error que se comete algunas veces en la construcción”, asegura el físico de la Universidad de Cantabria, Luis Quindós, quien lleva 30 años investigando el radón. “Te compras un terreno, hay un agujero y para construir tu casa decides rellenarlo con lo que te regalan, que son estériles de una mina. Watras usó ese relleno, compuesto por materiales que tienen mucho uranio y radio –pero no lo suficiente para su explotación minera–, y por si fuera poco, construyó sin saberlo sobre una fuente de radio. Jamás se habría detectado si él no hubiera estado trabajando en una central nuclear.”

Actualmente, Stanley Watras sigue viviendo con su familia en Pensilvania, donde tiene una empresa de detección de radón.

Nacimiento de un asesino silencioso

Las primeras pruebas de que el gas radón era un peligro para la salud pública se obtuvieron en las más de mil minas de uranio que se abrieron en Estados Unidos desde 1944 en el subsuelo de las reservas de los indios navajos. Allí trabajaban los miembros de esta etnia expuestos a concentraciones 100 veces por encima del valor recomendado. La tasa de mortalidad no tardó en reflejar el problema. Desde entonces se han establecido medidas en todo el mundo para prevenir posibles contaminaciones.

El grupo Radón, que coordina Luis Quindós, ha realizado más de 10.000 mediciones en España en los últimos 33 años. Su equipo ha sido pionero en el análisis de los suelos y buena parte de sus trabajos han servido para realizar el primer mapa de concentración de radón en la Península, elaborado por la UNED y el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN).

La contaminación por radón y sus consecuencias sanitarias obligaron al Gobierno de Estados Unidos a pagar 1.500 millones de dólares en indemnizaciones

Pero, ¿cómo se produce este gas y cómo llega hasta nosotros? “En la naturaleza hay uranio, que está en el suelo”, explica a Quo el profesor Quindós. “Cuando se desintegra, da como resultado el radio, que se queda también en el suelo pero se desintegra en forma de gas radón y asciende a la superficie.” El problema es que este gas es radiactivo y se desintegra en los llamados “hijos del radón”, que vuelven a ser sólidos, se pegan a las partículas de polvo que hay en el aire y terminan acumulándose en los pulmones. “El radón emite una partícula alfa que genera un átomo nuevo, el polonio 218, que pasa a bismuto 214…”, relata Quindós, “se van formando átomos distintos que emiten la radiación y se quedan en el aparato respiratorio”.

Detectives del radón

Daniel Lafont es ingeniero industrial y hace unos años montó una pequeña empresa de medición del gas radón en hogares bajo el nombre de Detective don Radón. La demanda de este tipo de mediciones es tan escasa que no da para vivir y su trabajo principal sigue siendo otro, pero Daniel confía en que con el tiempo se irá ganando en concienciación y las autoridades terminarán por regularlo. “En muchos estados de EEUU es obligatorio presentar las mediciones de gas radón para vender una casa”, explica, “y organismos como la Agencia de Protección Ambiental Estadounidense (EPA) crearon protocolos estrictos para medir y evitar la acumulación del gas”. Su empresa suele recibir unas tres peticiones de información al día, y a los lugares donde no llegan envían un kit para que el usuario pueda medirlo por sí mismo.

Las concentraciones se producen principalmente en los sótanos de viviendas unifamiliares que no están bien sellados. En varias de sus mediciones, sobre todo en la sierra madrileña, Daniel se ha encontrado concentraciones por encima de los 1.000 Bq/m3, lo que requiere la adopción de medidas de ventilación. “El radón entra por muchas causas”, relata. “Puede que midas el chalé de al lado y no tenga nada. A veces se acumula el gas por la forma en que está construido, porque no está bien aislado del suelo o porque hay una grieta en el terreno que dé a una fuente de radón”.

Galicia es la comunidad más expuesta al gas radón. Allí y en Asturias, parte de Cataluña y la sierra madrileña, al menos el 10% de los edificios presentan concentraciones de este gas por encima de los límites recomendados

Hace unos meses, un cliente pidió a Lafont que hiciera mediciones en la cocina porque tenía una encimera de granito. En sus 30 años de experiencia, el profesor Quindós también se ha encontrado en situaciones pintorescas: “Recuerdo una casa muy lujosa en la sierra de Guadarrama en la que el dueño me metió en un ascensor y bajamos ¡cuatro plantas! Al llegar abajo me enseñó muy orgulloso una sala excavada en la piedra, como una cueva. La concentración era allí de entre 8.000 y 9.000 Bq/m3, pero el dueño no era consciente del peligro”.

Un almacén radiactivo en tu casa

En noviembre de 2010, un equipo del Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja (CSIC) y de la Universidad de Cantabria realizó un experimento para sentar las bases normativas para futuras construcciones. Los investigadores construyeron una caseta de ladrillo de dos plantas junto a una mina de uranio de Saelices el Chico, en la provincia de Salamanca, con una presencia de radio en el suelo 20 veces superior a la media, lo que garantizaba la presencia de gas radón. Se construyó una vivienda unifamiliar y se dejó que acumulara el gas radiactivo durante cuatro meses.

En el módulo se probaron varios sistemas para combatir la acumulación del radón: “Las más eficaces eran las medidas de succión sacando el gas de la arqueta; llegamos a tener eficiencias de mitigación de más del 90%”, recuerda Manuel Olaya Adán, físico del CSIC que participó en el proyecto. “Hacer casas libres de radón sería tan fácil como aprobar estos protocolos en el código técnico de edificación y construirlas de esta manera”, asegura Luis Quindós.
Pero quizá el obstáculo principal sea que la radiación del radón procede de una fuente natural y produce menos preocupación. “Si con la misma radiación te dijeran que tienes una almacén temporal de residuos radiactivos junto a tu casa”, concluye Quindós, “la gente no dudaría ni un segundo en tomar medidas”.

Redacción QUO