«Voy al ginecólogo, al menos una vez al año, desde que tengo quince años. Y me atiende el mismo médico que asiste a mis hermanas y es el que ya lo hacía con mi madre desde hace tiempo». Esta frase es habitual y refleja un uso social de este tipo de médicos especialista en enfermedades femeninas: las mujeres cuentan con un ginecólogo, generalmente de confianza, al que asisten desde incluso antes de tener relaciones sexuales, casi desde la misma adolescencia.
«Me pregunto qué peculiaridad tiene el aparato genital femenino para que haya que ir directamente a un médico especialista, analiza el médico de familia Roberto Sánchez. Se va al ginecólogo, pero no se acude de la misma manera a un cardiólogo o a un hematólogo». El hecho es que el estado de la cuestión de los estudios científicos confirma que las mujeres sanas y jóvenes no tienen ninguna necesidad de contar con un especialista ‘femenino’.

De la misma manera que las mujeres sólo acuden al cardiólogo cuando les remite su médico de cabecera, tendría que ocurrir lo mismo con el ginecólogo. Pero no es así, y las féminas se saltan la atención primaria para pedir cita directa con el especialista, algo que no está recomendado en ningún campo de la salud, y tampoco en este.
Todavía se cree, de forma errónea, que la visita al ginecólogo es necesaria anualmente para cumplir con dos objetivos: por un lado, para las citologías, que previenen el cáncer de cérvix; y, por otro, para la prescripción de anticonceptivos. En el primer caso, como ya ocurre en el sistema de salud pública de Andalucía y de otras comunidades, ese cribado puede hacerse por el médico de familia, e incluso por una enfermera. En el campo de los anticonceptivos ocurre los mismo y en algunos países como Dinamarca las propias enfermeras se encargan de la colocación de artefactos más complejos como los dius.

Una visita desagradable
Curiosamente, la visita a un ginecólogo no es plato de gusto. Las mujeres tienen que montarse en una camilla especial, con la piernas y cada una de las piernas apoyadas en un brazo metálico. En esta incómoda postura en cada visita el especialista les realiza una inspección genital, con la introducción vaginal de instrumentación. No es extraño que a esa camilla ginecológica se le llame ‘potro’.
¿Por qué, entonces, muchas mujeres siguen creyendo que necesitan este tipo de atención? «Hay un componente emocional bastante importante, explica Sánchez. Hablamos de una exploración ginecológica, algo muy íntimo, y se valora mucho que siempre les atienda la misma persona de confianza. Aunque, evidentemente, esa persona debía ser el médico de cabecera».
Para colmo, la mayoría de las clínicas privadas anuncian a todo tren sus servicios ginecológicos. E incluso muchas de ellas abonan la idea de que hay que acudir cuanto antes al especialista y mantener el ritmo de visitas de manera anual. «Hay mucha propaganda respecto al área ginecológica y de la mujer», cuenta Sánchez.

Mejor sin especialistas
Por ello, muchas mujeres no saben que no necesitan contar con un ginecólogo propio. En otros casos, se piensa erróneamente que una visita al especialista siempre es positiva, porque dispone de muchas más herramientas para el diagnóstico y el tratamiento. Pero no es así: «Los médicos de familia conocen perfectamente al paciente, cuenta con su historial completo y le tratan durante periodos largo de tiempo. Los especialistas tienen que desplegar, en una sola visita, todo su arsenal de técnicas. Está comprobado que en aquellos países donde hay acceso directo al especialista los resultados en salud son peores. Estados Unidos es ejemplar en acceso directo a los especialistas: el país que más gasta en su sistema sanitario y, de los países desarrollados, el que cuenta con peores indicadores de salud».

En el caso de las citologías, el exceso de pruebas es claramente contraproducente. En mujeres sanas sólo tienen que realizarse a partir de los 25 años, cada tres años, y a partir de los 35, cada cinco años. Si se hace antes de los 25 años o de manera más periódica de la recomendada, las citologías provocan falsos positivos, a veces sobre lesiones realmente existentes pero que no evolucionan negativamente o lo van a hacer muy lentamente. «Los médicos o las clínicas que realizan citologías anualmente, concluye Sánchez, está sometiendo a las mujeres a un riesgo innecesario y encima las están engañando, porque las están haciendo creer de manera errónea que tienen menos riesgo de tener o de morir de cáncer de cérvix».

Redacción QUO