P: ¿Cuál ha sido tu experiencia vital, sobre el terreno, frente al ébola?

R: Estuve trabajando en Guiku Edú, la zona de Guinea donde se produjeron los primeros casos, fronteriza con Sierra Leona y Liberia. Se declaró la epidemia en marzo y yo llegué en junio, cuando los equipos llevaban trabajando tres meses. Nada más llegar, pensábamos que la epidemia estaba remitiendo, pues las semanas previas parecía que había menos pacientes. Pero fue un espejismo. Lo que ocurría es que había una serie de casos que no se estaban declarando, pero que estaban contagiando a más gente, con lo que se produjo un repunte que no esperábamos.
P: ¿Por qué se expande tan deprisa la enfermedad?

R: Normalmente, la epidemia se inicia siempre con la infección entre un animal contaminado, que podría ser un chimpancé o un murciélago, y un ser humano. Si esto se queda en el medio rural, los brotes suelen ser muy pequeños. En este caso, el virus llegó al medio urbano, a ciudades como Monrovia y Conakry, donde el contagio es mucho más fácil.
Otro factor es que ha afectado a centros hospitalarios. Cuando llega un paciente sin que se sepa que tiene ébola, es muy probable que contagie al personal sanitario. Y este, a su vez, a los pacientes a los que trata. Por otra parte, esta es una zona de mucha movilidad entre fronteras. Hay familias cuyos padres viven en Guinea y el hijo en Sierra Leona, a 10 minutos en barca, y no hay controles epidemiológicos entre países. Así es muy difícil hacer un seguimiento de las personas con las que un infectado se ha relacionado durante las tres semanas en las que ha estado incubando el virus. Y aquí es donde está la clave para frenar una epidemia. Una vez que alguien está infectado, si no se hace un seguimiento y aislamiento de aquellos a quienes ha podido transmitir el virus, estos contagiarán a otros. En este caso, las listas de contactos no han sido exhaustivas.

P: ¿Cómo influyen las diferencias culturales sobre el terreno?

R: No hay cultura de acudir a un centro de salud, como ocurre en España. Allí la sanidad es de pago, y la mayoría de la población no puede permitírsela. Por eso acuden más a menudo a su medicina tradicional, los curanderos. Y quienes trabajamos allí hemos aleccionado a estos curanderos sobre cuáles son los síntomas de la enfermedad y cómo se trasmite.
También intentamos explicar a las comunidades cómo tienen que enterrar a los muertos para no ser contagiados.

P: ¿Y cómo os protegéis vosotros?

R: Nuestra obligación es enfundarnos en el traje de protección cada vez que entramos en zonas de riesgo. Y siempre funcionamos en tándem; es decir, una persona trabaja y la otra está vigilando para que no cometa ningún fallo. Además, hay un límite de tiempo para estar dentro de estos trajes (2 horas) porque en ellos se pierde muchísimo líquido por el calor. Yo me he pesado antes y después y he llegado a perder un kilo y medio, solo en líquido.
P: ¿Qué harías si pudieras darles tratamientos experimentales a estos enfermos?

R: En una epidemia, tener solo algunas dosis no sirve de mucho, porque, ¿a quién se las das? Me encantaría que hubiera una vacuna aprobada ya, pero no es la realidad. Además, nos ha costado mucho lograr que la población no nos vea como enemigos, y si ahora tenemos que decirles que tenemos un medicamento que les crea expectativas, pero que solo podemos dárselo a unos cuantos…

Redacción QUO