Los trabajos que derrotaron el escepticismo reinante entre los médicos no vieron la luz hasta mediados del siglo pasado. El epidemiólogo Jeremy Morris fue un hombre clave para impulsar las investigaciones que son moneda corriente en nuestros días. El británico se dio cuenta de que había un patrón que se repetía en los autobuses londinenses de dos pisos: los conducía un hombre gordo mientras uno delgado asistía a los pasajeros. No es que fuera una observación muy original, pero Morris supo relacionarla con los datos disponibles de una manera muy productiva.
Entre 1949 y 1952, Morris comparó la frecuencia con la que los dos perfiles de trabajador tenían problemas coronarios con el ejercicio físico que hacían, y comprendió que los resultados no podían ser fruto de la causalidad. Los conductores, quienes pasaban el 90 por ciento de sus jornadas sentados al volante, tenían una tasa de problemas coronarios del 0,27 por ciento. Los asistentes, que subían 600 escalones al día, solo del 0,19 por ciento.
Estas cifras bastaron para atraer a la comunidad científica y que comenzaran a ponerse en marcha una serie de trabajos que apuntalaron las sospechas de Morris, publicadas en 1953 en la revista The Lancet. Estos estudios no han dejado de producir nuevos datos. Nadie duda de que el olfato de Morris, y el de otros como él, ha cambiado la vida de toda la sociedad.
Redacción QUO