Al despertarme no tenía ningún dolor, así que he llegado a pensar que no me habían operado. Luego, palpando por aquí y por allá, he tocado algún esparadrapo por encima del ombligo y he pensado: «algo han hecho». Carmen Hernández, la artista que me ha operado, me ha dicho que todo había ido bien. He estado toda la mañana, desde la nueve, tendido en una camilla dura como la piedra y ¡helada! Tan helada que cuando me han tumbado en ella les he dicho: terminad pronto porque aquí no aguanto más de media hora. No me ha dado tiempo de decir nada más, el último recuerdo que tengo antes del sueño es el de las lámparas del quirófano deslumbrándome.

Redacción QUO