¿Eres capaz de mover las orejas? ¿Y de arquear una ceja? ¿Y de bizquear un solo ojo? En la redacción de Quo surgió hace algo más de un mes la conversación, y el resultado es este que ves: casi todos los que elaboramos la revista sabemos hacer alguna “cosa rara”, sobre todo con la cara, pero también con las manos o con los pies. Una vez demostradas nuestras habilidades surgieron, cómo no, las preguntas: ¿Qué hace que una persona pueda enrollar la lengua y otra no? ¿Eso de ser un retorcido es genético o lo aprendemos? ¿O es una mezcla de ambas cosas? Así surgió este reportaje.

Algunas de estas destrezas se conocen desde la Antigüedad. Hipócrates comprobó que muchos arqueros te­nían dificultad para tensar el arco, debido a la hiperlaxitud articular, una alteración hereditaria de la fibra colágena. Se calcula que esta característica la tiene una de cada cuatro personas, según datos de la Sociedad Española de Traumatología, y en la mayoría de los casos no genera ningún problema; al contrario, es colorida. La capacidad para sacar el omóplato y poder dar la vuelta al párpado superior tienen que ver con esta alteración de la fibras colágenas que forman la trama de la mayoría de los tejidos del organismo. Dicho de otra forma: si hasta ahora no has comprobado la laxitud de los huesos de tu pie, ni se te ocurra intentar el ejercicio de la foto que ves a tu derecha.

Expresan emociones

La discusión sobre el origen genético o no de todos nuestros movimientos que tienen que ver con la expresión (mover las aletas de la nariz, las orejas, las cejas…) viene de largo. Charles Darwin, a la luz de su teoría de la evolución, abrió el debate hace más de un siglo, aunque él se inclinaba más por un sustrato genético en casi todos estos rasgos: “En la medida en que los mismos movimientos del rostro o del cuerpo expresen idénticas emociones en varias razas humanas, podemos suponer que, con mucha probabilidad, son verdaderas; es decir, que son innatas o instintivas”.

Darwin avanzaba esta idea en un libro sobre la expresión de las emociones en los animales y el hombre, y llegaba a la conclusión de que las emociones son un mecanismo que hemos heredado y que desempeña un claro servicio en la supervivencia tanto del individuo como de la especie.

Como mi perro

Entonces, ¿los que mueven las orejas lo hacen con la misma intención con que lo hacen los gatos y los caballos? ¿Las personas mostramos también nuestro estado de alerta, como hacen los perros cuando mueven las orejas?
Es evidente que hoy el movimiento no tiene esa función en el ser humano, pero la capacidad de hacerlo ha podido quedar como un vestigio evolutivo, similar a las muelas del juicio y al apéndice: no sirven para nada, pero están ahí.

Algunos de estos movimientos han co­menzado a estudiarse hace pocas décadas, y las respuestas sobre su carácter hereditario o no son contradictorias. Empecemos por una de las habilidades más comunes, y por ello más estudiadas: la de sacar la lengua formando un tubo en forma de U.

Entre el 60 y el 80% de las personas son capaces de hacerlo. Según Alex Brands, biólogo de la Universidad de Bethlehem, en Pensilvania, Estados Unidos, es un rasgo genético hereditario. Brands se decidió a encontrar una respuesta intrigado por la conclusión contraria a la que llegó uno de los pioneros en estas investigaciones: Philip Mat­lock. Estudió esta característica en un grupo de 33 parejas de gemelos y encontró que en siete de ellas uno de los hermanos sí podía enrollar la lengua y, sin embargo, el otro no.

De esto, dedujo que la habilidad no podía tener un origen genético, sino aprendido, dado que todos los gemelos de su estudio eran genéticamente idénticos y, por tanto, debían compartir la misma característica.
La conclusión publicada en 1975 en Journal of Heredity se estableció hasta que Alex Brands concluyó que el origen genético no asegura que padres e hijos compartan esta habilidad.

¿Cómo se explica esta aparente paradoja si hablamos de un rasgo transmitido de padres a hijos? La explicación genética se llama “penetrancia incompleta”, y pese a la apariencia, no tiene nada que ver con el sexo. Esta se da cuando una persona tiene el gen que permitiría enrollar la lengua, pero por algún motivo este se inactiva y no muestra el fenotipo (la característica asociada). Dicho de otra forma: la persona tiene esa capacidad, pero nunca se ha puesto a practicarla.

Podemos preguntarnos, entonces, si cualquier persona que lo desee, y que practique los ejercicios adecuados, puede llegar a hacer cualquiera de estas habilidades que la acrediten como un retorcido. Lo cierto es que buena parte pueden adquirirse practicando, pero no depende solo de ponerse a ello. Muchas personas podrían hacerlo porque tienen la capacidad grabada en su ADN, pero no la han desarrollado.

Las expresiones faciales son específicas de cada persona, y tienen que ver con la variación de los músculos de la cara, que viene determinada por nuestro equipamiento genético.

Según Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid: “La variabilidad en la morfología de los músculos es grande, y esta incide en la capacidad o incapacidad de producir ciertos movimientos faciales, lo que incluye movimientos de un lado de la cara y no del otro, intensidad de la contracción muscular de solo algunos de los músculos, y la frecuencia y la sincronía o no de estos”. Todo eso determina que una persona tenga o no facilidad para ser un retorcido, y también explica por qué una sonrisa de alguien nos resulta cautivadora y la de otra persona no, o por qué la cara de algunos resulta inexpresiva.

Esas expresiones faciales genuinas de cada uno de nosotros nos proporcionan una especie de huella de identidad. “De hecho, hay estudios que muestran que una persona puede ser reconocida con absoluta seguridad por un ordenador sobre la base de algún rasgo concreto en sus expresiones faciales, hasta el punto de que es posible que algún día se utilicen estos mejor que las huellas de los dedos para identificar personas, porque son rasgos más estables”, explica Francisco Mora.

Si tu DNI facial o corporal te lo permite, las cosas raras que hemos hecho en la redacción de Quo puedes hacerlas tú. Claro, que algunos pensarán: ¿para qué? Ese el quid de la cuestión. También hacen falta ganas para dedicarse a aprender a mover las orejas… Lo cierto es que los tres músculos que hacen posible el movimiento: el músculo auricular anterior, el superior y el posterior, pueden contraerse a voluntad.

Una fórmula rápida es utilizar estimulación eléctrica en los músculos implicados durante un tiempo, para marcar de alguna forma la ruta de cómo hacerlo. Pero el método es demasiado complejo, así que la fórmula lenta –ponerse delante del espejo a practicar– también funciona. A ejercicios de este tipo recurren algunas terapias alternativas, como la bioenergética. Prácticas similares pueden hacerse para mover la nariz y modificar la estructura del esqueleto. Después de un ejercicio de una hora puede llegar a modificarse la posición de las clavículas.

Aprender a ver

Annick Arniaud, una francesa afincada en Copenhage, practica este tipo de actividades con pacientes que tienen problemas de visión y que recurren a ella. Tiene un Taller de la Vista itinerante, que hace unos meses pasó por Barcelona; allí explicó que algunos oftalmólogos habían acudido a ella intrigados por la mejoría de algunos pacientes. Su gimnasia visual consiste en hacer que los afectados trabajen con los seis músculos del globo ocular… Ella lo hace con un objetivo terapéutico (trata la miopía y la presbicia), pero su mecanismo es el mismo que ha utilizado el brasileño Claudio Paulo Pinto, el hombre con los ojos más saltones del mundo, para batir el récord Guinness. Antes de iniciar la prueba, los sacaba 7 milímetros fuera de sus cuencas, y ahora, 11. Su habilidad se conoce en términos médicos como “luxación de globo”, y no provoca daño alguno. ¿Te atreves a ser un retorcido?

Redacción QUO