El caso estaba claro. Joanie Simpson, de 62 años, se levantó una mañana con un terrible dolor en la espalda, el cual se pasó hacia el pecho, antes de caer desplomada. En apenas 20 minutos se encontraba en un hospital de Washington a punto de ser llevada en helicóptero hasta Houston. Allí le esperaba un equipo médico especializado para atenderla, pero cuando llegó y tras pasar una serie de pruebas se dieron cuenta de que no tenía nada y que sus arterias no estaban obstruidas. Había sufrido lo que se conoce como miocardiopatía de Takotsubo o síndrome del corazón roto.

Esto implica que la persona que lo padece puede llegar a imitar los síntomas propios de un ataque al corazón, pero sin llegar a tal gravedad. Entre ellos, una aparición repentina de insuficiencia cardiaca y un dolor torácico agudo, como el que había sufrido la mujer. Este tipo de situaciones se dan cuando se ha tenido una pérdida trágica recientemente, como la muerte de una pareja o de un hijo. En el caso de ella, fue el fallecimiento de su perrita Meha, un Yorkshire Terrier.

El caso apareció en la revista New England Journal of Medicine para llamar la atención sobre el efecto que tienen los animales domésticos sobre la salud de las personas. En este caso, el dolor que sintió la señora Simpson fue igual de fuerte que la posible pérdida de un ser querido: “Los niños ya son mayores y viven fuera de casa, así que ella era nuestra pequeña. Fue muy duro verla morir tras meses enferma, más aún cuando hay más cosas por la que ya estábamos preocupados. A pesar de lo ocurrido, con todo el amor y compañía que te dan las mascotas, las seguiré teniendo en mi vida”, apuntó la mujer.

Fuente: Science Alert | Washington Post

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Alberto Pascual García