Verdaderamente son pocos los que saben de la existencia de un pequeño cerebro en cada uno de los dedos de la mano, en algún lugar entre falange, falangina y falangeta.” El profesor Tomás Gallego Izquierdo y el resto de los miembros del Departamento de Fisioterapia de la Universidad de Alcalá saben a qué se refiere José Saramago con estas palabras de La Caverna. Este pequeño cerebro es el que reclaman el cuello, la columna, los hombros, los omóplatos, los muslos y los gemelos cuando se contracturan; es decir, cuando sufren un repentino encogimiento persistente, involuntario y molesto.
Es entonces cuando las manos del fisioterapeuta recorren el músculo hasta dar con el nudo, normalmente una diminuta protuberancia bajo la piel, que al presionar provoca un ruido apenas perceptible, como un “crack”. Mientras, las manos van hablando. “Su lenguaje es el gesto terapéutico, gesto preciso, seguro, siguiendo unas pautas determinadas, sistemáticas y rigurosas”, dicen los fisioterapeutas de la Universidad de Alcalá. Primero masajean con las yemas de los dedos, con un movimiento circular y aplicando la presión justa.
Como dice uno de los gurús de la fisiología, Adalbert I. Kapandji, en sus cuadernos: “La mano proporciona a la corteza cerebral conocimiento del grosor y de la distancia de las cosas, es la educadora de la vista, lo que le permite controlar e interpretar informaciones”.
Pero esta interpretación exige, según el equipo de Alcalá, “un conocimiento profundo de anatomía, fisiología y patología, que no garantiza mover las manos hábilmente, sino saber por qué se mueven, qué mueven y qué producen cuando se mueven”. El efecto es inmediato, terapéutico, analgésico. Dada su extraordinaria capacidad de reparación, el músculo recupera su elasticidad y capacidad. Es el mejor premio que puede recibir un músculo o cualquier articulación después de un entrenamiento como modo de compensar su desgaste, y sirve también de desahogo para aquellos tejidos que han intervenido en el esfuerzo, como el corazón y los pulmones. Un masaje así es un clásico en la medicina. Fuera de él abunda, cada vez más, el intrusismo de terapias traídas de culturas que presentan como mejor aval su uso milenario.
Puede cualquiera aprender a utilizar sus manos con fines terapéuticos? ¿Es suficiente con saber acariciar, amasar, frotar o golpetear, según el caso y en el punto preciso? Uno de los centros que más esfuerzos ha hecho por resolver estas dudas es el Instituto para la Investigación del Tacto (Touch Research Institute), de la Universidad de Miami. Sus conclusiones son positivas, pero, como ellos mismos advierten, no definitivas. Uno de sus primeros estudios, en 1996, ya avanzó que la manipulación del cuerpo estimula el sistema inmunitario, según se comprobó en 29 enfermos de sida que recibieron un masaje diario de 45 minutos. Al cabo de un mes, la mayoría había experimentado un aumento en la actividad de las células NK –componentes importantes en la defensa inmunitaria– y menores niveles de estrés y ansiedad. Lo mismo ocurrió con otro grupo de pacientes de cáncer de pecho.
Sus investigadores han comprobado, por ejemplo, que con un masaje diario y aplicado del modo preciso los trabajadores mejoran su productividad; los enfermos quemados sienten menos dolor y picor; los enfermos sometidos a cirugía abdominal se recuperan más fácilmente; los bebés prematuros se desarrollan mejor; los niños asmáticos presentan niveles de cortisol más bajos y sufren menos ataques; los autistas mejoran el comportamiento; los pacientes con síndrome de estrés postraumático rebajan su ansiedad; y los jóvenes, más si viene acompañado de música, alivian su depresión.
Con un masaje, los bebés duermen mejor, lloran menos y sufren menos estrés, según un estudio de la Universidad de Warwick, en Reino Unido. Estos beneficios se acentúan en el caso de los prematuros, cuyo peso avanza más rápidamente y reciben el alta unos seis días antes que los que no disfrutan de un masaje diario. M. Paz García Sola, experta en Psicomotricidad y autora de ¿Te acaricio el alma?, lo llama la nutrición afectiva, “que tanto favorece el vínculo de apego y, de paso, su seguridad y confianza”.
Efectos a nivel celular
Aún hay más. Un masaje tiene los mismos efectos que el ejercicio. Lars Andersen, investigador danés, pidió a 20 mujeres que trabajasen los hombros en una máquina de resistencia. Dos días después regresaron al laboratorio con un dolor en la zona que calificaron de cinco puntos en una escala de 10 (iniciaron el ejercicio con 0,8). Recibieron un masaje de 10 minutos y practicaron el mismo ejercicio con el otro hombro.
Sin embargo, algunas recibieron el masaje primero, mientras el resto practicaba ejercicio, lo que les aportó algo más de resistencia. Curiosamente, tanto unas como otras vieron que se reducía su molestia en el hombro tratado, igual con el masaje que con el ejercicio.
Los deportistas en su entrenamiento diario están acostumbrados a aliviar el dolor y acelerar la recuperación después del ejercicio, pero un equipo de científicos del Instituto Buck de Investigación sobre el Envejecimiento de la Universidad de California y la Universidad de McMaster de Hamilton (Ontario) quiso ir más allá y detectó sus beneficios a nivel celular, como la reducción de la inflamación y el crecimiento de nuevas mitocondrias en el músculo esquelético.
Otro estudio, publicado en Journal of Alternative and Complementary Medicine y dirigido por el psiquiatra Mark H. Rappaport y su equipo de Cedars Sinai Medical Center, en Los Ángeles, analizó muestras de sangre antes y después de recibir un masaje sueco de 45 minutos, y detectó un cambio significativamente positivo en la composición sanguínea. Aumentó el número de linfocitos, o células blancas que actúan en la lucha y prevención de enfermedades, bajaron los niveles de cortisol, la hormona vinculada con el estrés, y se redujo la vasopresina arginina, una hormona implicada en la conducta agresiva.
Dónde está, entonces, la duda cuando, además, ahora un masajista sabe anatomía, fisiología, ética, contraindicaciones del masaje y primeros auxilios? En Europa estamos asistiendo a un acercamiento a las costumbres orientales, donde el masaje es un hábito tradicional dentro de la vida cotidiana practicado por el 80% de la población. El titubeo surge a la hora de distinguir al profesional cualificado. ¿Sólo el fisioterapeuta está preparado para descontracturar un músculo, relajar las articulaciones y aliviar una tensión?
La ausencia de regulación
En primer lugar, muchas de las investigaciones que tratan de plasmar los beneficios se olvidan de los efectos adversos. El doctor Edzard Ernst, de la Universidad de Exeter (Inglaterra) publicó en New Zealand Medical Journal las consecuencias nefastas que puede traer una manipulación de la columna vertebral durante una quiropráctica. Entre otras, un accidente cerebrovascular.
En segundo lugar, al menos en España no es fácil reconocer a un buen profesional. Las terapias alternativas no están reguladas académicamente, aunque sí legisladas con sus propios epígrafes profesionales y fiscales. “El problema – indica el fisioterapeuta y director de la Academia de Ciencias de la Salud, José María Robles – es que no existen estudios de osteopatía, acupuntura y terapias manuales regulados por el Ministerio de Educación.
A pesar de que es fisioterapeuta con doble titulación en dos universidades españolas, reconoce que muchas tendencias de masaje no se estudian en ninguna facultad, por lo que ha de hacerse en escuelas privadas. Esto significa que existen profesionales con muy buena reputación que han aprendido en escuelas privadas y no son fisioterapeutas. “Pero cada profesional tiene su espacio, y al igual que el masajista no debería realizar técnicas específicas de rehabilitación, tampoco el fisioterapeuta puede reconocerse como el único profesional válido para impartir masajes.” En los Juegos Olímpicos de 2008, celebrados en Pekín, pudimos ver a muchos masajistas invidentes que trabajaban con sus deportistas. Desde entonces, el Gobierno les ha permitido que, después de dos años como masajistas terapéuticos y con la debida certificación profesional, puedan solicitar un puesto en una institución médica como doctores.
En China, con una tradición casi inmemorial en diversas técnicas de masaje, los profesionales más célebres son ciegos; su fama se debe a su extraordinaria capacidad de percepción táctil. Los invidentes identifican cada uno de los músculos y nervios que después masajean con pies y manos.
Uno de sus mayores reclamos, como el de todas las técnicas venidas de culturas exóticas, es la conexión de cuerpo, mente y alma. “Cuando tocamos a otro, además de rozar su piel, acariciamos su alma”, dice García Sola. Con cada amasamiento, fricción y presión sobre la piel, las manos escuchan la respiración del paciente y el grito de sus emociones, y en ello coinciden quienes componen esta creciente legión de expertos en terapias manuales.
Criterio científico versus resultados
Según Emilio Estivill Martínez, acupuntor e instructor de shiatsu y otras técnicas orientales, por cada nudo físico se deshace otro psicológico: “Con cada descontractura del músculo se desbloquea una emoción y vuelve el bienestar a nosotros, dejándonos en un estado de relajación profunda previo a la meditación”.
En el mundo occidental, estas terapias chocan con la medicina convencional y sus criterios científicos. Pero lejos de volver la espalda, los científicos se aproximan cada vez más a estas técnicas con el fin de cotejar sus métodos y manuales con resultados ciertos en pacientes.
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