Me encanta que se preocupe de detalles y haga que me sienta una reina. Pero confieso que a veces querría que me tratara como a una cualquiera, me acorralara en la cocina o me toqueteara en el comedor. Él nunca lo ha hecho, y seguro que nunca lo hará. Cree que así me faltaría al respeto… ¡Y eso es lo que yo quiero!”, exclama Florencia tras el anonimato de una web de Terra que se llama Ellas no quieren sexo romántico. ¿No quieren sexo romántico? ¡Pero si no hay libro de autoayuda que no te obligue a untar de aceite hasta el piano si quieres que la dama diga “sí”. Y qué decir de las velas, muchas velas, tantas velas que uno piensa en llamar al cuerpo de bomberos, cosa que probablemente sí que fuera libidinosamente eficaz. ¿Y las posturas? Si no te convulsionas al menos tres veces por minuto, entra en casa el Maleficio del Misionero, y hasta te da vergüenza recordarlo. Los mitos y las ideas peregrinas llenan casi todos los aspectos de la vida, pero la sexualidad tiene un imán especial para atraerlos. Por ejemplo, el mito del orgasmo simultáneo ha obsesionado y sigue obsesionando a muchas parejas que acuden a nuestra consulta. Otras siguen buscando el mito freudiano del orgasmo vaginal temerosas de perderse algo en la vida. Y entre los hombres, tamaños aparte, probablemente sea el mito del boy scout (estar siempre preparado y dispuesto para el ataque) de los que más ansiedad genera.
Consejeros de bolsillo
¿Y cómo se entera uno de lo que es cierto o no? Pues habrá que buscar la verdad en los libros. ¿O no? Muchas veces, los que más hablan de sexo son quienes menos saben. Los orígenes de la autoayuda se remontan a hace 4.000 años, cuando los primeros escribas del Antiguo Egipto ya hicieron textos de “ayúdese usted mismo”. Ovidio, en el año 8, escribió Ars Amandi: tres libros en los que facilitaba una serie de consejos sobre cómo realizar conquistas amorosas, tanto para hombres como para mujeres. “Si quieres que te amen, sé amoroso”. Hoy, los libros de self-help que causan furor siguen diciendo exactamente lo mismo. Pero en esta era globalizada, donde más “desinformación” se encuentra es en internet. Los spams que inundan los servidores de correo ofrecen fórmulas de todo tipo. Las de más éxito para los varones fogosos son las que sirven para hacer más grande el pene. Puede que lo alarguen, pero no tienen en cuenta que los estiramientos microtraumáticos que estos métodos siempre producen pueden dañar irreversiblementelas las delicadas trabéculas que delimitan los cuerpos cavernosos de este órgano vital. Resultan aún más preocupantes algunas webs, como una firmada por un tal doctor Norberto Litvinoff, que dice cosas como: “Cientos de miles de ejemplos podría dar cualquier homeópata, y mostrar cómo se curaron definitivamente dolencias sexuales que con otros sistemas no homeopáticos se habrían cronificado para siempre, dejando al paciente atado a la adicción de la Viagra, que ya después no se puede abandonar jamás, que exige cada vez una dosis más fuerte… más fuerte… (¡¡¡y más cara!!!))”. Luego, claro está, intenta venderte sus productos no validados científicamente. Pero tampoco es que la Viagra sirva para todo. La pastilla azul (la más falsificada del momento) es un vasodilatador de los cuerpos cavernosos que no tiene ningún poder adictivo, y además ha pasado todos los filtros científicos y sanitarios. Sin embargo, no actúa sobre el deseo, aunque muchas personas lo crean así. Su único efecto es favorecer la llegada de sangre a los cuerpos cavernosos del pene, con el fin de facilitar la erección, pero necesita que el deseo ya exista.
Redacción QUO
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