Por medio del IRAP, Carmen Luciano y yo misma (ambas pertenecemos a la Universidad de Almería), junto al profesor Barnes-Holmes, hemos demostrado que no solo las prácticas sexuales más socialmente aceptadas, como el coito y el sexo oral, excitan a la población: también aquellas que están “mal vistas” socialmente, como el sadomasoquismo y la zoofilia, aunque en este último caso los participantes de la investigación pretendieran ocultarlo a toda costa. Muy a su pesar, y como decía aquel popular programa de la tele, La máquina de la verdad: “El detector nunca miente”.
Por si esto no fuera suficiente, Luciano, Barnes-Holmes y yo pusimos en marcha sobre aquellos sujetos poco fiables un plan B. Les pedimos que hicieran desaparecer de su cabeza durante un minuto escenas zoofílicas o sado-maso. Comprobamos que estas volvían a la mente del individuo a modo de “efecto rebote”, y de una forma mucho más intensa que a aquellos sujetos que no intentaban ocultar el contenido de sus fantasías. ¿Contradictorio? No. Esta técnica se basa en la hipótesis de que, al eliminar una serie de pensamientos (por ejemplo, aquellos que son tabú para la sociedad), no solo no desaparecen, sino que vuelven con más fuerza a la mente. Tú mismo puedes hacer la prueba: concéntrate y, a partir de ahora, haz todo lo posible para desocupar tu cabeza de esos senos grandes y sugerentes o ese atractivo torso. ¿Estás preparado para no pensar en ello? Pues quítate de la imaginación ese magnífico escote a partir de… ¡YA! Si ahora mismo alguien te preguntara en qué piensas, probablemente contestarías: “En el dichoso escote”. Tranquilo, no te falla el cerebro… O sí. Ahora sabrás por qué. Este fenómeno se debe a la interacción de dos procesos cognitivos paradójicos. Por una parte, hay uno encargado de que, efectivamente, no pienses en él, pero paralelamente está actuando otro proceso que busca errores en el sistema: comprueba si estás realmente suprimiendo ese pensamiento, lo rastrea y lo detecta. Así que el intento de control cognitivo para que no haya fallos es precisamente el que los produce y el que te trae a la conciencia aquello que pretendías suprimir con todas tus fuerzas. Pues bien, ese “efecto rebote” que está tan implicado en la formación de nuestros pensamientos sexuales más inconfesables también se da en los sueños. Ya Freud y otros psicoanalistas defendieron que aquellos deseos que más reprimimos durante la vigilia se manifiestan inconscientemente en las ensoñaciones. Un siglo después, el profesor Wegner, de la Universidad de Harvard, junto a Wenzlaff y Kozak, de la Universidad de Texas, también descubrieron por medio de varios estudios experimentales que, efectivamente, aquello que se intentaba suprimir de nuestra mente –ya tuviera un valor afectivo positivo o negativo– aparecía con mayor frecuencia en sueños posteriores. Y Schmidt y Gendolla, en un laboratorio del sueño de la Universidad de Ginebra, en Suiza, confirmaron las sospechas de Freud: lo que uno pretende suprimir de su cabeza durante el día se filtra durante la noche. Y vieron que no solo se cuelan en nuestras ensoñaciones los “deseos reprimidos”, sino también los considerados socialmente como “prohibidos”. ¿Esta emergencia de los sueños eróticos más escabrosos es la respuesta a una necesidad de saltarnos la norma? ¿De vivir, aunque sea en la ficción, nuestra propia erótica del deseo con libertad? Parece ser que sí. ¿Para qué poner barreras a la imaginación?

Redacción QUO