Como bien se han encargado de recordarnos los fastos que se han celebrado estos días, el 11 de noviembre de 1918, se firmó el armisticio que oficialmente puso fin a la I Guerra Mundial. Pero aquel acto solemne no trajo la paz a Europa, ya que el conflicto armado continuó en otras partes del continente.

Había sido en marzo de 1918, cuando los ejércitos aliados decidieron intervenir en la guerra civil entre rojos y blancos que se libraba en Rusia, apoyando a estos últimos. Se formó así una entente de tropas de catorce países, que incluía entre otros a Francia, Inglaterra, Estados Unidos, y hasta Japón y China, para intervenir en territorio ruso.

Dicha intervención comenzó en agosto de ese año, cuando los japoneses invadieron Siberia. Pero en noviembre de 1918, justo un mes después de la firma del armisticio, un ejército formado por franceses, polacos y griegos, invadió Ucrania y Crimea, ocupando la ciudad de Odesa.

El propósito de esta operación era debilitar el poder de los bolcheviques. Pero, tras la victoria inicial en Odesa, los franceses sufrieron varios reveses en Sebastopol y Kiev. El ejército bolchevique era más fuerte de lo que creían, mientras que las tropas blancas a las que apoyaban eran cada vez más débiles. Además, el descontento cada vez era mayor entre las tropas francesas, cansadas de tantos años de guerra, y deseosas de regresar a su hogar.

Finalmente, en 1919, los franceses se retiraron del territorio ruso. Y en 1920 lo hicieron los últimos restos de tropas aliadas, salvo las de Japón, que continuaron ocupando parte de Siberia hasta 1925.

Vicente Fernández López