Esto se produce a consecuencia de un reflejo de secreción gástrica, cuyo hallazgo hizo célebre al fisiólogo y psicólogo ruso Iván Pávlov. El fisiólogo ruso formuló la Ley del reflejo condicional en 1890, tras que su ayudante observara que los perros de su laboratorio empezaban a segregar saliva y jugo digestivo cuando olfateaban o veían la comida. Enseñados a asociar el timbre con el reparto de pienso, el organismo de los animales se preparaba para la digestión con solo escuchar un timbrazo, aún mucho antes de que el ayudante entrará con las raciones diarias.

A nosotros, nos sucede igual que a los perros. Con oler o ver una comida que nos resulta apetitosa, ponemos a cien nuestras glándulas salivales y la secreción de jugo gástrico.

Redacción QUO