Para ver claramente en tierra firme, debe ser posible refractar la luz que ingresa al ojo. La retina se encuentra en la parte posterior del ojo y contiene células especializadas, que convierten las señales de luz en señales eléctricas que el cerebro interpreta como imágenes.

La luz se refracta cuando entra en el ojo humano porque la córnea externa contiene agua, lo que la hace ligeramente más densa que el aire fuera del ojo. Cuando el ojo se sumerge en agua, que tiene aproximadamente la misma densidad que la córnea, perdemos la capacidad de refractar de la córnea y la imagen se vuelve muy borrosa.

¿Hay alguna forma de eludir la física, sin usar gafas? Anna Gislen, de la Universidad de Lund, en Suecia, cree que sí. Para demostrarlo organizó un experimento que analizó cuan buena era la visión subacuática de los niños Moken. Este pueblo ha vivido en las islas del sudeste asiático durante cientos de años. Desde muy pequeños, los niños y niñas aprenden a nadar y bucear. En el estudio de Gislen, publicado en Vision Research, los niños y niñas Moken debían bucear bajo el agua y mirar hacia un panel que mostraba líneas verticales u horizontales. Una vez que habían mirado la tarjeta, regresaban a la superficie para informar en qué dirección iban las líneas. Cada vez que se zambullían, las líneas se hacían más delgadas, lo que dificultaba la tarea. Resultó que los Moken podían ver dos veces mejor que los europeos que realizaron el mismo experimento.

La idea de Gislen era que, para que los niños Moken vieran claramente debajo del agua, debían haber adquirido alguna adaptación que cambió fundamentalmente la forma en que trabajaban sus ojos. Eso o habían aprendido a usar sus ojos de manera diferente bajo el agua. Es importante aclarar que los niños Moken pueden ver tan bien fuera como bajo el agua.

Hay dos formas en las que, teóricamente, se puede mejorar la visión bajo el agua: cambiar la forma de la lente o hacer que la pupila se haga más pequeña, lo que aumenta la profundidad de campo. Los resultados mostraron una opción más: practicar.

Para averiguar si esto era posible, Gislen pidió a un grupo de niños europeos que bucearan e intentaran determinar la dirección de las líneas en una tarjeta. Después de 11 sesiones a lo largo de un mes, habían alcanzado la misma agudeza submarina que los niños Moken.

Juan Scaliter