Del mismo sitio que las propias historias: de las mitologías nórdicas y germanas. J. R. Tolkien creía que las lenguas y sus leyendas se necesitaban mutuamente para asentarse –por eso no defendió la supervivencia del esperanto–.
Desde joven se interesó por el finés, el gaélico y el gótico. El sindarin y el quenya (las lenguas élficas del libro) fueron creadas, según el autor, con criterios “fonoestéticos”, mezclando finés, griego y latín.
Enviada por Pedro García, Huelva
Redacción QUO