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Los amantes de las criaturas fantásticas están de suerte, porque 2013 será un año en el que se va a hablar (y mucho) del yeti. Investigadores estadounidenses y rusos afirman tener pruebas que avalan la existencia de este ser, aunque el grueso de la comunidad científica lo pone en duda. Curiosamente, esta nueva “fiebre yeti” no comenzó en el Himalaya, sino en los bosques de EEUU, donde, según la tradición, vive bigfoot, la versión americana del abominable hombre de las nieves. Y casualmente, todos los avistamientos y las pruebas han aparecido en lugares idóneos para montar un parque temático.

¿Una nueva especie?: El ‘homo hirsutii’
“Será un descubrimiento que va a marcar la historia de la Ciencia”, afirma a Quo la doctora Melba Ketchum, de la firma tejana DNA Diagnostics Inc. No le tiembla la voz cuando dice que tiene pruebas que confirman la existencia del bigfoot: “El artículo ha sido enviado a una revista científica, y hasta que se publique, no podemos facilitar más datos”.
En realidad, tampoco hace falta. En noviembre ya emitió una nota de prensa donde daba todo lujo de detalles. Tras cinco años de trabajo, ella y su equipo afirman haber descubierto la existencia de un homínido desconocido (el Homo sapiens hirsutii u Homo sapiens “peludo”), que sería el resultado del hipotético cruce que tuvo lugar hace unos 15.000 años entre una sapiens y un miembro de otra subespecie desconocida. Este estudio se enmarca dentro de la llamada criptozoología, disciplina que investiga animales de cuya existencia solo hay evidencias circunstanciales. Fue fundada por el zoólogo franco-belga Bernard Heuvlemans a mediados de la década de 1950.

El bigfoot sería fruto del hipotético cruce entre una hembra de ‘sapiens’ y un macho de una subespecie

La veterinaria tejana insiste en que su equipo ha logrado secuenciar tres genomas completos del Bigfoot. De momento, Ketchum asume que tendrá que hacer frente a la incomprensión e incredulidad de sus colegas de profesión, pero confía en que, cuando sus resultados vean la luz, serán aceptados. La investigadora cree que si no ha sido posible capturar un ejemplar vivo hasta la fecha, es porque “es inteligente, como el hombre, y tiene muy desarrollados sus sentidos, así que cuando intuye que hay alguien cerca, desaparece. Es muy bueno camuflándose”. ¿Y qué tiene que decir sobre la ausencia de rastros fósiles? “Los huesos se los comen los roedores, para obtener calcio”, responde.

El filete mordisqueado
Días después de la entrevista salió a la luz el nombre de una de las personas que había facilitado alguno de los elementos que ella analizó. Fue en el programa de radio americano Coast-to-Coast, una pasarela herziana para frikis de todo tipo, y allí citó a Justin Smeja, un tipo que le mandó un filete y un dónut mordisqueados por un bigfoot. Aunque el hombre se sometió con éxito a un detector de mentiras, que vaya diciendo por ahí que ha cazado dos ejemplares de este ser no contribuye a su credibilidad. Además, el llamado bigfoot steak fue analizado en la Universidad de Tent (Canadá), donde determinaron que los mordiscos eran de un oso.

Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones del yacimiento de Atapuerca (Burgos), tiene claro cómo definir estas investigaciones: “Pura fantasía. Si hubiera una raza de homínidos como el yeti, del que ha habido avistamientos en sus múltiples variantes en los cinco continentes, existiría alguna prueba”. El paleontólogo pone el ejemplo de la ballena picuda de pala dentada que se creía extinta hasta que apareció un ejemplar en un playa de Nueva Zelanda. “El animal no era un críptido, sino que se creía que había desaparecido, pero sabíamos de su existencia gracias a huesos que se han ido descubriendo”, explica.

Un abominable parque temático
Hace años, Carbonell conoció en persona al investigador ruso Evadim Ranov, del Instituto de Arqueología de Kazajistán, que dirigió la búsqueda del yeti en Siberia a finales de los 50 por orden expresa de Stalin. “Ni él, ni los miembros de su expedición, creían en la existencia del animal, pero estaba formada por expertos de distintos campos que aprovecharon la ocasión para hacer otro tipo de investigaciones”.
Una de los cosas que más llama la atención a Carbonell es la hipótesis de Ketchum sobre la existencia de otro miembro de la familia Hominidae y del que nadie ha oído hablar. “La hibridación entre especies es un hecho muy puntual, como la que parece que existió entre neandertales y cromañones, pero de ahí a que salga una especie nueva… es pura fantasía”. Además, debería haber habido miles para que algunos sobrevivieran hasta ahora.

Pero Ketchum no está sola en su cruzada. En noviembre, un equipo internacional capitaneado por Valentin Sapunov anunció en una web del Gobierno ruso haber realizado tres análisis distintos de diez pelos de yeti encontrados en una cueva de Siberia. Los resultados, afirmó, eran concluyentes y están a punto de publicarse.
La expedición levantó sospechas, ya que estaba financiada por el gobierno local que, lo primero que hizo, fue anunciar la creación de un parque a mayor gloria del abominable. Todo tenía pinta de ser un truco para atraer turismo a la zona. Tampoco ayudó mucho a dar credibilidad al proyecto que Igor Burstev, director del Centro Internacional de Homínidos de Moscú, haya puesto en duda los hallazgos de Sapunov para, a continuación, anunciar que ha identificado una colonia formada por 30 miembros de tan singular especie. Ni que decir tiene que Burstev está resentido porque no fue invitado a la expedición, y que él también asegura tener un lote de ADN del animal.

Por si todo esto fuera poco, el Museo de Criptozoología de Lausana (Suiza), lanzó hace unos meses una campaña para que los aficionados de todo el mundo le mandaran pruebas de la existencia de este ser.
En consecuencia, lo dicho: bienvenidos al año del yeti.

Redacción QUO