Hace 17 años, Cheryl Strayed estaba hecha pedazos. Había perdido a su madre por un cáncer devastador, no tenía dinero y estaba metida en drogas. Entonces, cargada con una enorme mochila a su espalda, emprendió un épico viaje a pie a lo largo del Pacific Crest Trail (PCT), una durísima ruta de montaña de 1.800 kilómetros desde California hasta la frontera con Canadá, que cambió su vida. En su libro Salvaje narra aquella peripecia y ahora habla de ella en exclusiva para Transformer.
P: No había oído hablar del PCT hasta leer Salvaje, pero en España tenemos el Camino de Santiago. ¿Es necesario convertirse en un peregrino para transformarse a sí mismo?
R: Muchos americanos no conocían el PCT antes de leer mi libro, así que no eres el único. Aunque no tiene la misma historia que el Camino de Santiago, estoy de acuerdo en que quien camina una larga distancia está en un peregrinaje. Algunos lo hacen porque aman la naturaleza. Otros, como yo, estaban buscando un cambio o una curación personal. A menudo solo entendemos nuestra vida con claridad cuando nos alejamos de ella.
P: Esa persistencia, dar un paso tras otro aunque parezca imposible, ¿es algo que has podido aplicar a tu vida después del viaje?
R:¡Claro! Escribir un libro es muy parecido, hace falta perseverancia, fe, saber soportar el dolor y mucho sentido del humor. La autodisciplina que adquirí en el PCT me ha servido para mi experiencia como escritora. Tiene que ver con mantener la mirada fija en el objetivo final al mismo tiempo que te concentras en lo inmediato, ya sea esto el próximo paso que dar o la próxima página que escribir.
P: ¿Se puede aprender esa tenacidad sin embarcarse en una travesía de tres meses?
R: El camino es muy diferente, pero en muchos casos solo es una versión ampliada de lo que mucha gente tiene que pasar. No hay mejor sensación en el mundo que saber que has sobrevivido a un tiempo difícil. Conseguir lo que nos proponemos es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.
P: Da la impresión de que la Cheryl de 26 años era muy testaruda.
[image id=»61029″ data-caption=»En 1995, después de que su madre falleciera de cáncer en 1991, la protagonista de nuestra historia se vio atrapada en una espiral autodestructiva, agravada por un traumático divorcio y su adicción a las drogas. La travesía del PCT fue para ella la tabla de salvación. Ahora, 18 años después, es una escritora de éxito que usa sus recuerdos de aquel extenuante viaje para darle fuerzas en su vida cotidiana. » share=»true» expand=»true» size=»S»]R: Mi marido estaría completamente de acuerdo contigo en que soy muy testaruda. Mucha gente me hace la misma pregunta; y es interesante, porque yo suponía que todo el mundo era como yo. ¡No iba a abandonar de ningún modo! No sé por qué soy así, pero así soy. A lo mejor es por mi infancia. No tenía mucho, pero quería hacerlo todo. Aprendí muy pronto que dependía solo de mí, que nadie iba a darme nada o a guiarme.
P: “A lo mejor ahora he llegado suficientemente lejos para atreverme a tener miedo” ¿Tenías miedo a tu propia transformación cuando empezaste el PCT?
R: No creo. Pienso que realmente buscaba esa transformación. Pero claro, buscaba un cambio determinado, uno que yo pudiera controlar, quizá. Una vez en el camino, me di cuenta de que iba a ser muy diferente, y que no podía controlarla. La transformación realmente consiste en rendirse. Las largas travesías con mochila, también.
P: “He perdido peso, pero no tanto como los hombres… pero no me importaba estar gorda o delgada, solo conseguir más comida” ¿Cómo fue sentir que te volvías mucho más fuerte a lo largo del PCT?
R: Fue realmente increíble llegar a estar tan fuerte. Fue una gran experiencia, pero también es algo que te enseña a ser más humilde. Además, no importa lo fuerte que estés, siempre es muy duro llevar una mochila pesada por la montaña.
P: ¿Cómo fue volver al “mundo real” y no pasar todos los días con la rutina de caminar, comer, dormir?
R: Me alegré muchísimo de volver al “mundo real”. Echaba de menos la buena comida, el vino, y todo lo que te ofrece la vida en la ciudad: cafés, librerías, música, amigos. Lo pasé bien reinsertándome de nuevo en la vida cotidiana, pero también eché de menos la travesía y mi vida allí, que era mucho más simple. Mi única misión cada día era caminar más lejos. Y aún, algunas veces, sigo echando de menos esa claridad.
Redacción QUO