La Capilla del Santísimo en la Catedral de Mallorca es un estallido corporal. Pasó seis años trabajando a puñetazos y con puntapiés 300 m2 de arcilla, con cientos de figuras, cinco vitrales trazados con los dedos. En la obra están las manos de su hija Marcela, y las más pequeñas son de su hijo Quim.
Aunque, a veces, las manos incomodan. Angela Merkel desmintió el rumor de su malestar porque Nicolas Sarkozy le diera palmaditas en la espalda, le pusiera la mano sobre el hombro y otros “excesos” con los que el presidente supuestamente la agasaja en sus encuentros oficiales. Toques (ciertos o no) que nos parecen rechazables en esta cultura de relaciones asépticas y trabajos informatizados. Sin embargo, asistimos a un nuevo fenómeno: la reivindicación de las manos. Se palpa en la calle, con el crédito de ciertas profesiones que parecían perdidas y de aquellas otras en las que las manos siempre serán irreemplazables.
Redacción QUO
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