Hay momentos que duelen con razón, como un divorcio, un despido y una condena familiar al ostracismo. Pero hay otros que, desde el punto de vista puramente lógico no deberían pasar de meras anécdotas y, sin embargo, también laceran el corazón. Un comentario desafortunado de un amigo o el hecho de ser el último en ser elegido para un partido de fútbol de patio de colegio pueden puede percibirse como un evento catastrófico. Pero no lo es en realidad. Es el rastro evolutivo de nuestros orígenes cazadores-recolectores, cuando permanecer bien pegado al grupo era indispensable para la supervivencia.
El problema es que el cerebro humano está diseñado para percibir auténtico dolor, tal y como se describe en un artículo publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences). Los investigadores analizaron el dolor de 40 voluntarios que habían sido abandonados por sus parejas bajo un escáner de resonancia magnética y comprobaron que se activaba la misma región del cerebro que se enciende con el dolor físico. “Los resultados dan un nuevo significado a la idea de que el rechazo ‘duele’”, sentencia el texto. Quizá, también quiera decir que puede ser contrarrestado de la misma manera que el dolor físico. Pero hay otras soluciones.
Según el psicólogo Guy Winch, protagonista del foro de ideas conocido como charlas TED, uno no debería caer en asumir la culpa del rechazo. Es mejor recurrir a la sana autocrítica constructiva para saber qué debería hacer si se repite una ocasión similar. También es bueno elevar la autoestima, y todos tenemos cosas buenas que ofrecer. Finalmente, y para conectar con el resto de la humanidad, viene bien recordar a aquellas personas que nos quieren. Solo oír su voz ya ayuda.