Cuando Charles Darwin llegó a las islas Galápagos, descubrió que somos herederos directos de las criaturas que habitaron el mar hace cientos de millones de años. Sin intención premeditada, dio forma científica a una idea mítica que ha dominado a numerosas culturas del pasado más remoto. Esa idea implica ver el mar como el medio que nos transporta a nuestros orígenes para descubrir la estructura más básica de la condición humana. Un ejemplo simbólico de ello sería el feto, capaz de mover las piernas como si hiciera braza dentro de la placenta de la madre. Dado este vínculo que tenemos con lo líquido, aparece una cuestión: los seres humanos, ¿aprendemos a nadar o recordamos la manera de conquistar las olas, tal y como lo hacían nuestros remotos antecesores? ¿Llevamos la posibilidad de nadar impresa en nuestro ADN?
“Nuestros ancestros perdieron la capacidad de nadar cuando algunos anfibios abandonaron el agua y se conviertieron en reptiles. Todo lo que sabemos sobre evolución humana basándonos en los fósiles, el estudio del genoma y la comparación con el resto de primates, apunta a que nuestros antepasados descendieron de los árboles y se adaptaron a la vida en la sabana”, señala Francesc Calafell, biólogo y genetista de poblaciones humanas en el Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra.

El experto apunta la idea más extendida: que no somos seres acuáticos, que el Homo sapiens es una especie de tierra adentro. Sin embargo, hay otras hipótesis que nos acercan al mar.

En los años 60, el biólogo marino Alister Hardy publicó dos artículos revolucionarios. Él fue quien acuñó la idea del simio acuático. Hardy argumentaba que antes de “saltar” de los árboles a la tierra para caminar sobre dos piernas, los homínidos sobrevivieron, durante cierto tiempo, en medios semiacuáticos de la costa de África. Esta adaptación le habría permitido, supuestamente, alimentarse de crustáceos y protegerse de los depredadores terrestres.

El macaco japonés como ejemplo

Hardy no fue el único en defender esta idea. La escritora Elaine Morgan también se ha mostrado partidaria de la misma en público. Para argumentarlo, apuntan la existencia de primates que se relacionan con el agua de forma constante. El macaco japonés es un ejemplo. Cuando llega el invierno, se baña en aguas termales, lava su comida frotándola entre las manos y son unos nadadores excelentes. O el mono narigudo, un primate herbívoro que habita en las selvas tropicales y también gran nadador. Pero en la actualidad, ni la biología ni la paleontología defienden la hipótesis del simio acuático. “Nuestro origen remoto está en las selvas africanas, cuando todo el continente estaba cubierto de bosques. Así que nuestro primer antepasado no necesitaba nadar. Es más, no nos acercamos al agua de forma clara y continua hasta que las selvas retrocedieron hace tres millones de años”, señala José María Bermúdez de Castro, codirector de las excavaciones e investigaciones en los yacimientos de la sierra de Atapuerca, y vicepresidente de la Fundación Atapuerca. Bermúdez prosigue con su razonamiento: “Por supuesto, tenemos antepasados acuáticos, pero habría que remontarse al Devónico, hace 400 millones de años, para encontrar fósiles de peces que se adaptaron al medio terrestre. Algunas formas se quedaron a medias, los anfibios, mientras que los reptiles acabaron por convertirse en terrestres en el periodo Carbonífero, hace entre 359 y 350 millones de años”.

El mismo mecanismo genético que los peces

La conquista del medio terrestre fue un hito extraordinario y apenas quedan restos de los animales pioneros de tal hazaña. Solo existen registros fósiles que demuestran la transformación progresiva de las aletas hasta convertirse en patas. Adaptarse al medio terrestre depende, en buena medida, de los cambios en la parte distal de las extremidades, es decir, muñecas, manos y dedos, gracias “a la intervención fundamental de los genes HOXD13. Con los peces tenemos en común todo el mecanismo genético”, dice José Luis Gómez-Skarmeta, investigador del CSIC y del Centro Andaluz de Biología de Desarrollo. Prueba de ello es el fósil llamado Tiktaalik, un animal que vivió hace 375 millones de años. Neil Shubin y su equipo lo descubrieron en la isla de Ellesmere, en Canadá, a 1.600 kilómetros del Polo Norte.

Tiktaalik representa el probable eslabón perdido entre los animales marinos y sus parientes terrestres. Tiene cráneo, cuello, extremidades, codos, muñecas, tobillos, pies y dedos. En su obra Tu pez interior (Capitán Swing), Neil Shubin narra la historia de la condición humana hasta llegar a su fundamento, y coloca el mar como punto de partida.

Los egipcios daban mucha importancia a la natación. La consideraban una disciplina que formaba parte de la educación elemental, tal como muestran jeroglíficos del 2500 antes de Cristo. Los griegos y los romanos aprendían natación como parte del entrenamiento militar. Al que no sabía desenvolverse en el agua, se le trataba como analfabeto. Fue célebre el aforismo de Platón: “Ni sabe leer, ni sabe nadar”, para argumentar lo útil y saludable de esta práctica. Para los fenicios la natación se convirtió en un aspecto fundamental de su actividad comercial. Les permitía rescatar las mercancías que udieran caer al mar. Al parecer, ya en el año 38 antes de Cristo, los japoneses realizaban competiciones de natación cada año. Aunque nunca formó parte de los juegos olímpicos que se celebraban en Grecia.Los griegos y los romanos aprendían natación como parte del entrenamiento militar. Al que no sabía desenvolverse en el agua, se le trataba como analfabeto. Fue célebre el aforismo de Platón: “Ni sabe leer, ni sabe nadar”, para argumentar lo útil y saludable de esta práctica. Para los fenicios la natación se convirtió en un aspecto fundamental de su actividad comercial. Les permitía rescatar las mercancías que udieran caer al mar. Al parecer, ya en el año 38 antes de Cristo, los japoneses realizaban competiciones de natación cada año. Aunque nunca formó parte de los juegos olímpicos que se celebraban en Grecia.

El primer antepasado que se acercó al agua lo hizo hace tres millones de años, cuando retrocedió la selva.

Nikolaus wynmann, el primer maestro

Hay que remontarse hasta 1538 para encontrar el primer libro escrito que enseña natación. Lo escribió el alemán Nikolaus Wynmann en una imprenta de Ingolstadt (Alemania) bajo el título Colymbetes o el arte de nadar. En uno de los pasajes, el maestro Pampiro enseña a nadar a braza al alumno Erotes para salvar una vida o a cruzar corrientes de agua de cierta profundidad.

España, con fuerte arraigo de las supersticiones populares, fue un país temeroso del agua y la práctica de la natación resultó bastante exótica. “Si los maestros de primeras letras enseñasen a los niños una cosa tan fácil de aprender en pocos días del verano, la tomarían por diversión, y les sería muy útil para su salud y aseo, haciendo al mismo tiempo el ejercicio más a propósito para robustecer sus fuerzas y agilizar sus miembros”, escribió Oronzio Bernardi en su obra El arte de nadar, que data de 1807, justo cien años antes de que Bernardo Picornell creara el Club Natación Barcelona, el primero en España. Enamorado del deporte, Picornell tuvo una excelente relación personal con el barón Pierre de Coubertin, fundador de los juegos olímpicos modernos y un hombre convencido de que “el espíritu olímpico exalta y une en un conjunto equilibrado las cualidades del cuerpo, la mente y la voluntad”.

En la antigua Roma, aquel que no era capaz de defenderse en el agua era considerado un analfabeto

Quizá hoy no todos estarían de acuerdo con Oronzio Bernardi. De hecho, un estudio del campus de Huesca de la Universidad de Zaragoza quita a la natación ese título popular de “deporte completo”. Este estudio advierte que, para el buen desarrollo del esqueleto, hace falta más que nadar. “Los huesos se adaptan a la tensión provocada por los deportes de impacto como el fútbol, correr o el baloncesto. A más tensión, consumen más calcio, por tanto se desarrollan fuertes. Como en el agua pesamos menos, los huesos soportan poca tensión y requieren menor desarrollo”, dice Germán Vicente Rodríguez, investigador principal del proyecto. Este aspecto es vital en niños en pleno proceso de crecimiento. “Sobre todo en las niñas, que en edad adulta corren más riesgo de sufrir osteoporosis”, explica. De ahí que proponga como solución combinar la natación con deportes como fútbol, baloncesto o balonmano.

[image id=»81279″ data-caption=»La práctica continuada de la natación permite quemar grasas y ganar masa muscular, aspecto vital una vez llegada la edad adulta.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

En el mundo de la natación de alto rendimiento hay cambios importantes. La prioridad ya no consiste en nadar bonito como hacía Johnny Weissmüller cuando interpretó a Tarzán. “Lo básico consiste en dominar el equilibrio de la sustentación en el agua, realizar una buena coordinación de movimientos y saber moverte con velocidad mantenida y elegancia. Tienes el caso de Mireia Belmonte. Es de baja estatura en comparación con las nadadoras escandinavas, pero dentro del agua se desenvuelve con una eficacia extraordinaria”, señala Jordi Murió, que además de a Mireia, ha entrenado a otros campeones como Melani Costa y Sergio López. “Por supuesto que un nadador de alta competición se deshidrata en el agua. Actualmente, la temperatura de una piscina ronda entre los 27 y los 28 grados con lo que, a la mínima que entrenas un rato, te deshidratas. Un nadador profesional sale del agua con menos peso”, manifiesta Murió.

En agosto de este año vuelve la gran cita de los juegos olímpicos, esta vez en Río de Janeriro. Michael Phelps, el mítico deportista de las 22 medallas, volverá a mojarse con toda la intención de ampliar su leyenda. Aquel chico que empezó a nadar para no escuchar las discusiones de sus padres utilizará entre 120 y 240 bañadores para lucirse en el agua. Sus tobillos poseen una doble articulación que le permite mover los pies de forma tan ágil que parecen aletas. Quizá será el primer hombre en dejar la tierra para volver al mar.

Rafael Mingorance