El pingüino adelaida (Pygoscelis adeliae) comparte con el pingüino emperador (Aptenodytes forsteri) el título de especies de pingüino propias de la Antártida. Al no poder volar, depende de los recursos del hielo, su dieta carnívora y el mar para vivir. Recibe su nombre de Adélie, la esposa del explorador francés Dumont D’Urville, quien bautizó a esta especie en su honor en 1830.
El cambio climático, al afectar de manera desigual a la Antártida, convierte a determinadas regiones en poderosos objetivos del calentamiento histórico del planeta. La Península Antártica, en concreto, ha experimentado el mayor crecimiento de temperaturas en los últimos cincuenta años, según otro estudio publicado en International Journal of Climatology.
La Península Antártica, la región más septentrional del continente más frío del mundo, ha sido uno de los hogares más antiguos de esta especie, que la habitan desde hace 6.000 años. Tras ella se sitúan la Antártida Oriental (14.000 años) y el Mar de Ross (45.000 años). Las condiciones que vivieron tanto en el pasado como en el futuro son accesibles gracias a la época de cría, cuando se trasladan a las costas rocosas para formar colonias donde pueden llegar a convivir miles de ejemplares.
La existencia de refugios es un factor crítico para comprender el futuro de esta especie que, según Megan Cimino, investigadora de la Universidad de Delaware y una de las principales autoras del estudio, podría estar tan amenazada como el del diablillo antártico (Pleuragramma antarticum), un componente de la dieta del pingüino adelaida.
La región del Cabo Adare podría ser uno de ellos. “Si miras hacia el pasado geológico era como un refugio”, explica Cimino. El estudio está publicado en Scientific Reports.
Redacción QUO