La Comisión Europea publicó hace dos años el desembolso medio en seguridad de los 15 primeros estados miembros de la UE, además de Suiza, Noruega e Islandia; y la nada desdeñable cifra oscilaba entre 2.500 y 3.600 millones de euros. Una cantidad que se repartía del siguiente modo: 650 millones de euros a cargo de los Estados; 1.320 millones, de los aeropuertos; y 1.660 millones, por cuenta de las compañías aéreas. Gastos, por otra parte, que financiamos los clientes mediante el pago de tasas estatales, más las de seguridad que aplican las empresas del sector sobre el billete, y además, otras de tipo aeroportuario.
En 2006, el periodista Ron Suskind también puso en entredicho los sistemas de alerta que había desarrollado la Administración de Seguridad del Transporte de EEUU para combatir el terrorismo internacional. Suskind escribió un artículo sobre un supuesto método para mezclar líquidos y fabricar cianuro que había inventado una red de la yihad ubicada en Arabia Saudí. Cuando lo leyó, Michael Chertoff, máximo responsable del Departamento de Seguridad Interna, lo tuvo claro: prohibiría las bebidas, cremas y geles en el equipaje de mano de los pasajeros, con excepción de algunas medicinas y alimentos infantiles. Después se han relajado las prevenciones extremas, gracias, sobre todo, a la presión de la industria sobre el Gobierno norteamericano. Los pasajeros, todavía hoy, protestan porque los policías prohíben pasar un frasco de 120 ml casi vacío y, en cambio, aceptan otro de 100 ml lleno, porque cumple la normativa vigente. ¿Es más peligroso el continente que el contenido? No queda claro. En cualquier caso, sí superaremos los controles sin abrigos ni chaquetas, pero además tendremos que mostrar a las Autoridades pertinentes todos los dispositivos electrónicos que llevemos encima, exceptuando los móviles y MP3. Chertoff quiere exigir, junto al visado de entrada a EEUU, nuestras diez huellas dactilares, un documento con 34 datos personales y que las compañías aéreas europeas acepten agentes armados a bordo. “El derecho a la intimidad queda recogido en el artículo 18.1 de la Constitución. La jurisprudencia ha señalado que el cuerpo humano es el escenario sobre el que desarrollamos nuestra libertad individual y cualquier inspección física necesita de una justificación legal muy clara”, afirma Pablo Ferrándiz, abogado y presidente de la sección de derechos de imagen de la Comisión de Cultura del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona.

Vamos de paseo
La calle se ha convertido en otro punto de interés para nuestro Gran Hermano protector. Después de los atentados de 2001, varias entidades públicas y empresas privadas han colonizado Manhattan con videocámaras que escudriñan con su mirada electrónica cualquier indicio delictivo. Desde el Distrito Financiero, pasando por Tribeca, Greenwich Village, SoHo, Lower East Side y Chinatown, encontramos hasta 4.400 ojos inteligentes, cinco veces más que en 1998, tal como denuncia la Unión de Defensa de los Derechos Civiles de Nueva York (NYCLU, por sus siglas en inglés). Por ejemplo, si cruzas la calle 125, te descubren 80 videocámaras distintas.
En nuestro país, el panorama tampoco resulta alentador. En Barcelona hay más de 10.000. Durante el último año y medio se han instalado en el metro 2.600, aparte de las 900 que pueblan los convoyes. Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya ha informado de que dispone de 1.039 cámaras en estaciones, trenes y dependencias. El exceso de celo ha llegado a tal punto que la dirección del IES Abastos de Valencia decidió en noviembre colocar dispositivos de vigilancia en los baños de la chicas, para evitar actos vandálicos. La iniciativa se rechazó después del alboroto ocasionado. Y ya que todo esto empieza a parecer una película, recordemos la detención del policía John Anderton (Tom Cruise) en Minority Report: “Señor Ho­ward Marks, por orden de la División Precrimen del distrito de Columbia le detengo por el futuro asesinato de Sara Marks y Donald Dublin, que iba a suceder hoy, 15 de abril, a las 8:04 horas”.

Redacción QUO