Una de las primeras descripciones de un ictus se encuentra en el Libro de los Macabeos, escrito en el siglo II a. C. Ahora, por primera vez, otro libro, De Cerebri Morbis, recoge cómo se ha interpretado a lo largo de la historia el misterioso órgano gris que es el cerebro, y al que no siempre se le han atribuido las funciones superiores que conocemos hoy. Hasta el Renacimiento no se consideró un órgano específico distinto de la cabeza. Aristóteles lo definía como una esponja que enfriaba la sangre, y mucho antes, en el Neolítico, se ha-cían trepanaciones como parte de un ritual mágico para solucionar problemas como la cefalea y la epilepsia. Esas prácticas subsisten en algunas tribus africanas, e incluso en sectas, que creen que perforando el cráneo puede alcanzarse un estado superior e incluso mejorar la inteligencia. “El pensamiento mágico-religioso ha estado presente en la neurología más que en cualquier otra especialidad: enfermedades como el ictus se explicaban a partir de la acción de espíritus, demonios o dioses”, explica Antonio Martín Araguz, uno de los autores. Lo más curioso es que, no hace tantos siglos, un mismo síntoma podía elevar a alguien a los altares o condenarlo a la hoguera. Algo hemos avanzado, pero el cerebro sigue siendo el más misterioso de los órganos. “No hay ninguna máquina capaz de funcionar como él”, dice Martín Araguz.

Redacción QUO